Silencio blanco1

 

 

 

Paula Bombara

 

 

Me gustan los encuentros con lectores.

Intento captar la electricidad que siento en ellos, en ellas, cuando nos encontramos. A veces se hacen largos silencios que aprovecho. En el silencio puedo conectarme con algo que se instala y no tiene palabras. ¿Una emoción? ¿La sorpresa de una posibilidad?

Silencio. Blanco. Vacío.

Nada.

Conceptos definidos a partir de la ausencia de. Y, sin embargo, a mi parecer, las definiciones se quedan cortas en estos casos. Pues lo ausente está colmado, dentro de nosotros, de sonidos, de colores, de contenidos, de todo.

Pienso mucho en el significado del silencio. ¿Qué es? ¿Cuántos silencios hay? ¿Se los podría catalogar, clasificar? ¿El silencio blanco puede descomponerse, como la luz, en silencios de diferentes longitudes de onda, de diferentes colores?

¿Estoy en silencio cuando calla mi voz para escuchar, para leer, para pensar? El silencio que se da cuando una voz es escuchada, ¿es silencio?

Dos cuerpos que danzan, que se aman, ¿están en silencio?

¿O todas estas son diferentes formas de diálogo y el silencio en realidad no existe?

¿Será que, como el tiempo, el silencio es siempre relativo?

¿Será que es un líquido contenido por el dique de nuestros cuerpos?

¿Se escurre el silencio por mis ojos cuando lo que veo es silencioso?

¿O será que entra en el silencioso deslizarse de unovna babosa por el filo de una hoja y por eso es que tengo que silenciarme cuando la veo?

 

 

 

 


1Texto escrito en junio de 2014 y revisado por la autora en diciembre de 2023.


 

La mirada que trae y lleva silencio. Escenas cotidianas

 

Miro hacia abajo. Mi pequeña se ha tomado de mi ropa para pararse. Sonríe con el chupete puesto, lo succiona con ganas y me conmueve. Me agacho, la tomo en brazos y la estrecho. Su cuerpito también me abraza. El sonido no ha salido más que por su chupete pero yo siento que nos hemos dicho tanto.

Camino hacia alguna parte cuando de pronto veo algo mínimo. Una hoja de otoño rojiza planeando en el paisaje de la calle, una libélula confundida, un auto extraño, un perro que tiene porte de rey, un beso en un umbral. Algo que me toca y me silencia un instante. Luego pasa.

Hablo, hablo, hablo, hablo en un lugar lleno de gente. Dentro de una voz agotada me dice que calle.

Estoy de espaldas al aula, escribiendo en el pizarrón. Los estudiantes se mueven y siento voces y ruidos y roces y cansancio. Paso mi peso de una pierna a la otra y respiro hondo para seguir dando mi clase. Ya falta poco para terminar el día. Pero un chirrido interrumpe y no hace falta nada más para que de mí salga el ruego gritado: “Silencio, por favor”.

Observo que mi niño juega, lee, mira por la ventana ensimismado. Se ha llamado a silencio y eso me preocupa un poco. ¿Estará triste? ¿Le habrá pasado algo malo? Siento la compulsión de acercarme a interrumpir su silencio, a pedirle palabras que me quiten la inquietud.

Mi jefe me llama a su oficina y camino hacia allí. Dentro de mí se mueven tanto los magmas que mi estómago quema. ¿Por qué quiere verme? ¿Será bueno o malo? De la boca se ha retirado la saliva. Hasta que vea la expresión de su rostro, me siento aprisionada por un silencio que pincha.

Dice el poeta Hugo Mujica (2011):

 

Donde termina el lenguaje no comienza lo indecible, comienza la revelación;

es hasta esa orilla

hasta donde hay que llegar a callar, allí, desde donde se comienza a hablar.

 

Este poeta argentino pasó 7 años en un monasterio de provincia. Hizo un voto de silencio todo ese tiempo. Durante 7 años, por motus propio, decidió callar, abrazó el silencio. En una entrevista le preguntaron si le costó dejar de hablar y él respondió: “El esfuerzo es hablar, para mí no es un esfuerzo estar callado a no ser que haya algo que decir. La neurosis es la que habla normalmente, no es el lenguaje; es la necesidad de escapar de la exigencia del silencio y del vacío”

 

En nuestros intercambios con los otros, muchas veces es incómodo estar juntos y en silencio. Yo creo que es incómodo porque el modo en que cargamos y descargamos nuestros silencios nos desnuda de una manera única. Al acallar las voces lo que se genera es intimidad. ¿Cuánta intimidad estamos dispuestos a compartir? ¿Con quienes?


 

Un silencio escurridizo, amorosiento

 

Estoy sola. Tengo la intención de estar callada. Me siento cómoda. De pronto, el ruido del fluir del aire por mi cuerpo se siente muy alto. Mis oídos se alertan involuntariamente. Y suceden cosas.

Sucede una gota. Una voz interior me dice “una gota”, y otra contesta “si vienen más, va a ser una tortura china” y se enciende una pantalla dentro de mí con un hombre chino inmovilizado que siente una gota en el medio de su cabeza y aprieta los párpados y se queja. “Shhhh”, digo a mis adentros.

Me olvido de la gota pero aparece el viento leve que mueve las hojas de mi limonero. “¿De dónde viene el viento?” dice una voz. “Hace rato que te digo que tenemos que escribir sobre eso”, contesta otra. “Tengo que llamar a...” “Shhhhhhhhhhh”.

Es tan difícil no pensar en nada y hacer silencio.

Una puerta golpea y me sorprende. Tiemblo y callo un momento. Hace rato que estoy callada para el afuera, pero ese golpe hace que también acalle mis adentros. Me asusté. Para que pase el susto tengo que sacar el aire, mover el cuerpo, torcer el cuello. Pero el susto ha traído otros recuerdos. Y los recuerdos pasan como una película inevitable dentro de mí.

Con cierto grado de angustia me pregunto ¿existe, entonces, el silencio? Porque si lo pienso así, un silencio como el que busco sólo sucede cuando ya no hay oídos ni hay adentros.

Entonces acude a otro recuerdo. Uno, multiplicado en cientos. Sí. Existe. Me acuerdo del silencio amoroso que sucede en los abrazos. No puedo hablar cuando abrazo a los que quiero. A veces logro murmurar. Para hablar tengo que cortar el abrazo, separar el cuerpo. Cuando siento el impulso de tomar la mano, de cobijar, de refugiarme en la tibieza de esas personas fundamentales mi cerebro se silencia porque busca vivir intensamente el presente de ese encuentro.

A veces lo siento al leer. Abrazo los libros. Cuando la voz de los que me cuentan me lleva a esa ternura. Los quiero tanto en esos momentos. Son madres, padres, hijos, hermanas, amigos, amantes, afectos tan ciertos.

Una amiga íntima, con quien podemos compartir silencios verdaderos, me presentó hace unos años a una persona intensa. Muy intensa. Forma parte de mis sueños imposibles conversar a solas con esa mujer. Aunque esa conversación nunca sucederá pues habitamos espacio-tiempos diferentes, su literatura me permitió vivir una de estas experiencias tan sutiles como profundas y maravillosas: esa sensación de que en sus libros me ha hablado a mí sola. Cuando mi amiga me la presentó la leí como si la escuchara. Y cuando la escuchaba, toda yo era silencio. Silencio de asombro y de maravilla. ¿Qué más tenía para decirme en la página siguiente?

En el libro de entrevistas La pasión suspendida, esa mujer, esa escritora fabulosa llamada Marguerite Duras, me dice cada vez que la leo: “Escribir no es contar una historia: es evocar lo que la rodea; se va creando alrededor de la historia, un instante tras otro. Todo lo que hay, pero que podría también no haber, o ser otra cosa, como los hechos de la vida. La historia de su irrealidad, o su ausencia” (2014, p. 102)


Y me consuela y me anima tanto como el abrazo físico de mi amado, de mis amistades, de mis hijos, de mi madre. Es ella, la Duras, quien me invita a rodearme una y otra vez de ese silencio tibio que siento adentro. Me tranquiliza, no me siento rara cuando me entero que ella cree que “Hay una relación íntima y natural que desde siempre une a la mujer con el silencio” (2014, p. 102).

 

Lo que puede suceder durante la lectura de ciertos textos

 

Iris Rivera, escritora argentina, en su ponencia A las palabras ¿se las lleva el viento?, nos recuerda que:

 

Escuchar no es sólo oír, es demorarse en oír. Para dejarme alcanzar por las voces de los otros, hace falta que yo, mediadora, haga silencio de mí. La escucha es un ejercicio. Mis ideas, mis palabras se callan por el momento, se a-callan para poder recibir las palabras del otro, para hacerle lugar a lo que tiene de único, de diferente, de singular. Y voy a la sorpresa, a lo que hay en el otro de imprevisible para mí, a lo que contiene, a lo que lo contiene y lo desborda, a lo que es (2015).

 

Me gustan los encuentros con lectores.

Intento captar la electricidad que siento en ellos, en ellas, cuando nos encontramos. A veces se hacen largos silencios que aprovecho. En el silencio puedo conectarme con algo que se instala y no tiene palabras. Sí: emoción. La posibilidad de una sorpresa.

Pero la mayoría de las veces sucede que esos silencios generan una gran incomodidad porque hay una lectura del silencio que aún no he nombrado: el silencio del que teme pasar por ignorante. Hay momentos en que no sabemos qué contestar o qué preguntar o qué decir. A mí me pasa mucho esto. Creo que a todos nos pasa. Y está bueno. ¿Por qué siempre tenemos que saber?

Yo me pregunto si esa interpretación del silencio es válida en el contexto de un encuentro de lectores, no estoy segura de que haya siempre algo de que hablar, en realidad. Al menos no cuando recién nos conocemos y yo soy, además de lectora como ellos, autora de algo que han leído y nos reune como alrededor de un fuego. Pues lo que está en el aire es la intimidad con que se apreció o despreció esa experiencia de lectura. Y eso es difícil de contar en voz alta, difícil de convertir en interrogación, difícil de desatar de la emoción que produce el encuentro; forma parte de nuestra intimidad.

Pero porque pido silencio no crean que voy a morirme; me pasa todo lo contrario: sucede que voy a vivirme.

Sucede que soy y que sigo.


Dice Pablo Neruda (1958) en su poema Pido silencio. Y me hago cóncava para que el eco se amplifique y ese verso-diapasón, “Sucede que soy y que sigo”, llegue a ustedes en toda su resonancia.

Los niños y los jóvenes, con más intensidad que los adultos, son y siguen a cada momento.

Dicho de otro modo: el impacto de la experiencia literaria no necesita que los lectores se encuentren con los autores. Necesita que existan textos que posean esas tres cualidades tan intrínsecas de las flechas: un filo capaz de pincharnos, abrirnos, descarnarnos; un ástil flexible y rotundo que porte el aguijón, liviano pero resistente, que acompañe sin quebrarse; una pluma que equilibre, que estabilice el peso de la punta y le permita llegar a destino.

En las bibliotecas se esconden miles de flechas perfectas. Para cada quien hay muchas flechas que le dejarán fuertes cicatrices y no son siempre las mismas porque el efecto de cada flecha depende de la historia y de la sensibilidad de quien la lea. Y lo que es mejor: estos impactos no matan. Nos emocionan, nos modifican, generan recuerdos, pero a lo que llevan es a enriquecer la vida.

Quienes mediamos entre niños y libros tenemos oportunidades de ser arqueros, arqueras, todos los días. Oportunidades de que esas flechas conquisten lectores a diario. Nuestro modo de transmitir la existencia de estos textos poderosos será el arco. Y con el influjo de esas palabras tentadoras que convidan literatura se puede lograr que los lectores comencemos a redondearnos, a exponernos, a circularnos, para ser diana, puro centro. Lo que suceda luego, dependerá del libro y del lector. Pero hubo lanzamiento, hubo encuentro.

 

La literatura es una flecha que deseo

 

A veces cometo la osadía de querer construir flechas. Sí. A veces ese es el deseo que me mantiene despierta.

Y soy aún más ambiciosa: no me importa si son pocas las flechas que logre construir. Pero quiero que sean capaces de dar en el blanco de algún lector.

Para lograrlo tendré que esmerarme en el pulido del ástil, en el refinamiento de la punta, en la selección de la pluma que logre el balance.

Y aún haciendo todo esto, sé que no tengo ninguna garantía de lograrlo. Mi trabajo se alimenta de incertidumbres. Cada vez creo que tendré que construir tomando los materiales de mi cuerpo, tendré que poner mis emociones en juego para lidiar con lo incierto y hacer flechas capaces de volar lejos y atravesar a alguien que sea diana de mis textos.

Ahí, en esa búsqueda de balance que confiere a la flecha su cualidad de ser, encuentro el silencio.

En este punto siento la necesidad de saber qué piensan al respecto escritoras que quiero. Mujeres, por esto de la relación natural e íntima que, dice Marguerite, tenemos con el silencio.

Investigo y encuentro.

En Mentir para decir la verdad, una charla que brindó Liliana Bodoc (2012) en el ciclo TEDxjoven Río de la plata, ella afirma: “La palabra poética es puro silencio. Los poetas hacen


que el silencio diga lo que ellos tienen ganas de decir. Una poesía es sólo un silencio rodeado de las palabras precisas”.

La poeta argentina Claudia Masin suma desde su artículo Partículas de luz:

 

...la reverberación que permanece alrededor de nosotros cuando una voz dicha o escuchada, propia o ajena, deja de resonar y llega el silencio, la sensación que la piel conserva un segundo después de haber estado en contacto con el calor de otro cuerpo. Habla lo que resta, lo que se ha ido pero no, porque el halo de lo creado antes de desaparecer puede durar toda la vida (2010, p. 74).

 

También Laura Devetach, desde su libro La construcción del camino lector, me alienta al trabajo de artesana: “...los huecos, los silencios, los blancos, también son textos, y por lo tanto factibles de ser leídos. Como el blanco y el espacio en el diseño, en la imagen.” (2008, p. 79)

Y Laura Escudero: “Creo que ahí, en ese desasociego por lo que escapa, lo que se pierde, radica el trabajo de los artistas. Sobre esa lengua puesta en silencio los poetas raspan la superficie hasta que aparece aquello visceral, ese otro orden de cosas hundido en algún pliegue de la lengua” (2021, p. 82)

Y Cecilia Bajour: “El silencio artístico, hallable de diversos modos en la poesía, supone una paradoja ya que el habla es el puente y sostén de lo callado. En el lenguaje artístico no existe el silencio absoluto sino la posibilidad de callarse con palabras, con imágenes, con sonidos” (2014, p. 66).

 

La composición del silencio

 

La escritora mexicana Mónica Lavín trabaja en la escuela para escritores que dirige Mario Bellatín. En el libro El arte de enseñar a escribir ella cuenta:

 

Mi propuesta era trabajar con los alumnos alrededor del silencio del cuento. Me gusta descubrir y redescubrir, acompañar a los otros en su descubrimiento. El cuento con su parte callada, sugerente, es siempre un material provocador y accesible para verse en el tiempo de la clase. Me gusta estrujarle el grito al cuento. Desamordazar su sofocado aullido (2006, p. 49).

 

Al respetar el silencio de nuestros personajes, al hacerlos caminar por un paisaje silencioso, como el mediodía en un desierto, estamos desafiando el silencio en los lectores. También al dejar que las preguntas que nuestros personajes se hacen no encuentren respuestas.

“Luego sentí un gran vacío. No experimenté necesidad alguna de comunicarme con alguien ni de escuchar lo que otros contasen. Quería estar solo para hacerme cargo de la situación. Y, sin embargo, nunca me he sentido tan solo” (Gripe, 1985, p. 169). Esto dice, hacia el final de la novela, el protagonista de El túnel de cristal, de María Gripe, una novela que he leído varias veces. Cuando llego a esta parte, luego de acompañar en el relato al personaje, siempre me pasa igual: aparece un nudo en mi garganta. ¿Cómo hace María para generarme esa silenciosa emoción cada vez? Ya no hay sorpresa para en la peripecia del personaje, ya que sentirá profundamente su soledad. Y sin embargo... el nudo en la garganta.


¿Cómo hice yo misma para construir las emociones en mis textos? No lo sé.

No busco saberlo.

Lo que quiero es que vuelva a pasarme, eso quiero. ¿Me pasará de nuevo? Con ese grado de incertidumbre nos adentramos en nuestros universos.

Al escribir, contamos con palabras, signos de puntuación y silencios –nada más– para dar vida a nuestros textos. Al escribir, creo yo, nos disponemos como nunca a escuchar los sonidos de nuestro adentro.

 

Retomo mi comienzo

 

El silencio en cada uno de nosotros puede estar definido por ausencias. Pero también puede ser un agujero negro.

Un agujero negro sucede cuando una estrella consume su fuego. Allí donde antes brillaba la estrella, aparece un objeto diferente con una capacidad asombrosa: la de curvar el espacio de tal manera de que todo lo que se le acerque termine dentro de él, aún la luz.

Los agujeros negros, en la lenta pero definitiva expansión del espacio, están atrayendo infinidad de materiales, todo el tiempo.

Igual que el silencio cuando se torna poético.

Aun cuando no querramos, nos entran imágenes, sonidos, texturas, olores, sabores, dolores, abrazos, carencias, todo el tiempo.

De algún modo que desconozco el arte logra acomodar todo eso.

De algún modo que el poeta argentino Roberto Juarroz (2008, p. 107) atrapa muy bien cuando, en su poema Dividendos del silencio dice:

¿Qué puede escuchar un oído cuando se apoya en otro oído?

La ausencia de la palabra es un largo signo menos

que se desprende de su cifra.

El color es otro modo de reunir el silencio.

La forma es un espacio distinto que presiona al otro espacio como si fuera una cáscara.

Un pájaro retrocede

ante un sol cuadrado y negro

y se para al revés sobre el alambre donde calla un pensamiento.


Y el pensamiento retrocede a su vez ante el pájaro como la goma de una honda

que arroja proyectiles de silencio.

Un pez enloquecido desparrama el corazón del agua en el centro del hombre

y allí abre el espacio donde puede nadar el silencio del pez,

su acrobacia de ausencia.

 

Sí. Definitivamente me gustan los encuentros entre lectores.

Intento captar la electricidad que siento en ellos, en ellas, en mí, cuando nos encontramos. A veces se hacen largos silencios que aprovecho. En el silencio puedo conectarme con algo que se instala y no tiene palabras. Que es posibilidad y es sorpresa. Que es esta emoción que ahora siento.


 

 

Bibliografía

 

Bajour, Cecilia (2014). Oír entre líneas: el valor de la escuela en las prácticas de lectura. El hacedor: Ciudad de Buenos Aires.

Bodoc, Liliana (2012). Mentir para decir la verdad, en https://tedxriodelaplata.org/charla/mentir-para- decir-la-verdad/

Devetach, Laura (2008). La construcción del camino lector. Comunic-Arte: Córdoba. Duras, Marguerite (2014). La pasión suspendida. Paidós: Ciudad de Buenos Aires.

Escudero, Laura (2021). Un jardín primitivo. Subjetividades, lectura y escritura. Eduvim: Villa María.

Gripe, María (1985). El túnel de cristal. Ediciones SM: Madrid.

Juarroz, Roberto (2008 [1974]). Poesía vertical (Antología). Visor: Madrid.

Lavin, Mónica (2006). “Desamordazar al cuento”, en El arte de enseñar a escribir, coord de Mario Bellatín. Fondo de Cultura Económica: México DF.

Masin, Claudia (2010). Partículas de luz. Ediciones del dock: Ciudad de Buenos Aires.

Mujica, Hugo (2011). “Escribir el silencio: poéticas del vacío”, en https://www.youtube.com/ watch?v=M9192irLLR8

Neruda, Pablo (1958), “Pido silencio”, en Estravagario, http://neruda.uchile.cl/obra/obraestravagario1. html

Rivera, Iris (2015), “A las palabras… ¿se las lleva el viento?”, en https://www.youtube.com/ watch?v=gG0JlJce4Lo