Te recuerdo, mamá, llegar con tu agua con eucaliptus...
Carla Gómez
Universidad Austral del Chile
Te recuerdo, mamá, llegar con tu agua con eucaliptus, -respira todo, decías. Mientras yo no soportaba el calor en mi cara. Con mentolato en la espalda y en el pecho llano, fisioterapia y golpecitos, ¿estás un poco harta de que me siga enfermando no es cierto? No me hundas las costillas, dame golpes más suaves, no me aprietes el botón del cuello, ¡no señor! Que duele…
Me llaman Carla, de niña odiaba los remedios, no es que ahora no sienta tensión cada vez que ingiero una sustancia para aliviarme, digo aliviarme, porque no sé exactamente donde está la sanación. Como muchos, no recuerdo la primera vez que me dio una crisis de asma, mi memoria no llega hasta allá. Cabra chica mañosa y flaca. En el colegio parecía un fantasma, aparecía de vez en cuando, recuerdo a la tía del jardín llevándome en brazos a mi casa porque tenía fiebre. -Otra vez se enfermó la Carlita… y mi mamá haciendo sus inventos con tusilago y miel. No sé de donde sacaste esa receta del postre, tú tampoco te acuerdas: “Al mote se le da un hervor, al segundo hervor se le echan cuatro manzanas hasta que estén cosidas. Luego se le vierte el jugo de cuatro naranjas y dos limones. Las hojas de tusilago se ponen encima y se endulza con miel”, te acordaste hace unos días cuando te pregunté por él. Hace poco supe que para cualquier remedio con plantas medicinales, el número de hojas o frutos debe ser un número par. No sé si en ese tiempo lo sabías. Sí, lo sabías, no lo razonaste, pero lo sabías.
¿Y hoy? ¿Dónde se esconde el tusílago? Antes crecía a toda vista en los patios de las casas. Recuerdo que a veces les robábamos a los vecinos que no conocíamos. Con los años a mi mamá le dio miedo que pudieran estar con orina de perro, y todavía en los inviernos mi abuela pregunta si han visto tusílago limpio. La gente lo quema desde su raíz con sus químicos para la “maleza”. Se debe presumir un pasto uniforme. Qué curioso es llamar “maleza” a lo que ignoramos su propósito. Confieso que ignorar mi propio propósito, me obstruye. Quizás encuentre la sanación en el recuerdo, en el desagrado y el alivio que me producía los golpes de mi madre en mi espalda –pareces puerta vieja, me decía. Tal vez esté entre el tejido de la chomba de lana roja que me hacía mi abuela. En la compasión de tía del jardín. Debe estar en los bosques que mi voz todavía no puede nombrar, -calmada respiro entre arrayanes. Por sobre la sal del mar, entre el ruido blanco y el viento.