Pedro Lemebel: una mala hierba que incomoda el jardín del poder dominante
Pedro Lemebel: a invasive plant that bothers the garden of the dominant power
Carolina Romero
Pontificia Universidad Católica de Chile
caromero1@uc.cl
Resumen
Este artículo tiene como objetivo proponer un enfoque del efecto estético que provoca Pedro Lemebel (1952-2015) con “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)” (1986), comparándolo con el efecto urticante y sanador que provoca la ortiga, comúnmente conocida como una malahierba o maleza, a partir de una reflexión en diálogo con la etnobotánica. Esta lectura extrapola la comparación del efecto del poema analizado, a la figura de Lemebel en tanto artista, como una Ortiga en el orden dominante del jardín social, puesto que da voz y visibilidad a la homosexualidad y a la pobreza no romantizada, subalternidades incómodas para una sociedad fuertemente machista y neoliberal como la que domina en Chile. Al mismo tiempo que intenta aplicar la propuesta de Gayatri Spivak en “¿Puede hablar el subalterno?” (2003), problematizando el análisis de un acto de visibilización homosexual, desde un enfoque heteronormado.
Palabras claves: Pedro Lemebel, ortiga, jardín, homosexualidad, subalternidad.
Abstract
This article aims to propose an approach to the aesthetic effect caused by Pedro Lemebel (1952-2015) with “Manifesto (Hablo por mi diferencia)” (1986), comparing it with the stinging and healing effect caused by the nettle, commonly known like a weed or invasive plant, from a reflection in dialogue with the ethnobotany. This reading extrapolates the comparison of the effect of the poem analyzed, to the figure of Lemebel as an artist, as a Nettle in the dominant order of the social garden, since it gives voice and visibility to homosexuality and non-romanticized poverty, uncomfortable subalternities for a strongly macho and neoliberal society like the one that dominates in Chile. At the same time that he tries to apply the proposal of Gayatri Spivak in “Can the subaltern speak?” (2003), problematizing the analysis of an act of homosexual visibility, from a heteronormal approach.
Keywords: Pedro Lemebel, nettle, garden, homosexuality, subalternity.
Recibido: 23/08/2019
Aceptado: 14/11/2019
“Dicen que soy un desastre total /
que soy malahierba”
Alejandra Guzmán
Esta propuesta de lectura tiene como principal objetivo compartir una percepción sobre la función estética de la creación artística de Pedro Lemebel, por medio de la cual construye y empodera la voz de la loca (o marica) lejos del lugar satírico (ridiculizante) que le tenía permitido el orden social. Me importa rescatar el poder sanador e hipnótico que tiene esta escritura encarnada, a partir del uso estratégico del lenguaje, para generar un abanico de sensaciones en el lector/escucha de esta literatura que pica y cura a la vez, del mismo modo que lo hace la ortiga entre las malezas más comunes, en el contexto depredado de una urbe como Santiago o Valparaíso.
Perteneciente a la familia de las Urticaceae, la ortiga es una planta herbácea que crece en suelos húmedos y nitrificados, con altos contenidos en materia orgánica, lo que ya nos está indicando la presencia de fertilidad en los suelos. Es muy fácil que se desarrolle en huertas, montones de estiércol, herbazales ruderales, es decir, zonas muy próximas a la presencia humana y sus desechos. Por otra parte, Pedro Lemebel cuenta que sus primeros años transcurrieron muy cercanos al Zanjón de la Aguada (canal de aguas servidas, ahora extinto), rodeado de basurales que se creaban en los sitios eriazos.
Crecí sabiendo que la ortiga era una maleza, una planta impía que podía dañarme si la tocaba, que su verdor aterciopelado causaba urticaria, en resumen, una planta extraña, que crece donde no hay un trabajo de domesticación esmerado, ni una preocupación de tener un jardín normado. Por el contrario, la ortiga crece libre en los escampados, en los patios traseros, en los recovecos sobre los que no se pone especial control o cuidado. “No toques eso” decían las buenas personas que cuidaban de nuestra infancia, y era frecuente que los mayores nos enseñaran a temer y ridiculizar a “ese niñito raro” o a esa “compañerita amachada”. Nos enseñaron también, a alejarnos o aceptarlos dentro del estricto marco de la sátira, y en el mejor de los casos, darles una mirada lastimosa que se conduele de su “condición”.
En 1986 Pedro Lemebel, expone sus hojas urticantes en un acto organizado por la oposición a la dictadura, cuando lee “Manifiesto”. Por medio de esta creación lírica, expone y delimita claramente su lugar de enunciación. Incomoda, toma distancia crítica respecto a la efervescencia política que bullía al calor de las ideas de índole socialista, e irrumpe declarando: “No soy Pasolini pidiendo explicaciones / No soy Ginsberg expulsado de Cuba / No soy un marica disfrazado de poeta / No necesito disfraz / Aquí está mi cara / Hablo por mi diferencia”.
La lógica que está operando en esta propuesta, es la analogía de la sociedad como un jardín, es decir una construcción planificada que ordena y jerarquiza la vegetación, según patrones que responden a ciertas concepciones a priori (y arbitrarias) sobre qué es lo bueno, bello y deseable para esta naturaleza normada. Suele suceder que las plantas silvestres se tengan en menos valor que las que han sido plantadas para cumplir los propósitos de quien organiza y dispone del jardín. Algunas hierbas, aunque salvajes, son aceptadas dentro ya que soportan homogéneamente el cuadro por donde sobresalen las plantas cultivadas. Las que no cumplen ese propósito, son malezas que se debe controlar.
Para efectos de esta reflexión, también resultan muy interesante cómo el relato cronista se refiere al esfuerzo sociopolítico de domesticar la naturaleza en el espacio urbano, al mismo tiempo que las fronteras construidas por el poder, son transgredidas y resignificadas por los ciudadanos en tránsito, que se mueven entre la periferia y el centro de Santiago de Chile, por ejemplo, el uso del Parque Forestal como lugar donde se ejerce la sexualidad de quienes no pueden pagar por privacidad. La mirada voyeur de la loca cronista, está también inserta en este espacio donde el: “halógeno delator, que convierte la clorofila del pasto en oleaje de plush rasurado por el afeite municipal. Metros y metros de un Forestal <<verde que te quiero>> en orden, simulando un Versalles criollo como escenografía del ocio democrático. Más bien una vitrina de parque como paisajismo japonés, donde la maleza se somete a la peluquería bonsái del corte milico” (2014: 21). Así, este narrador cómplice, figura también como un elemento incómodo socialmente, resistiendo cual ortiga camuflada en el verde uniforme, contando -casi con ufanía- los “malos usos” que se le dan a este espacio consagrado para un ocio “decente”, dentro del orden social.
En Manifiesto, Lemebel responde a la mirada que lo configura extraño, iguala las condiciones, expresa que del mismo modo que a todos los ahí presentes, le apesta la injusticia, muestra que no es tan raro, tan distinto. Aunque – enfatiza - tampoco pretende cambiar para ser aceptado en un paraje que también lo mira con recelo, con morbo o compasión. Un jardín dominado por un discurso de hombría enfrentando a otra hombría, donde una hierba como Lemebel y las otras maricas no tiene lugar fuera de los recovecos escondidos, donde no llega el orden deseado. Saca roncha al cuestionar la idea de masculinidad, un momento especialmente tenso y altamente estético es cuando declara: “Mi hombría es aceptarme diferente / Ser cobarde es mucho más duro / Yo no pongo la otra mejilla / Pongo el culo compañero”.
Es interesante la forma en la que utiliza el lenguaje, cómo hace convivir con naturalidad expresiones cultas con improperios que, estando juntas, dan vida al verso, porque así consigue un efecto interpelativo difícil de pasar por alto. Este recurso estético puede entenderse desde la lógica del Neobarroco que propone Severo Sarduy, el cubano define que:
el neobarroco, refleja estructuralmente la inarmonía, la ruptura de la homogeneidad, del logos en tanto absoluto, la carencia que constituye nuestro fundamento epistémico. Neobarroco del desequilibrio, reflejo estructural de un deseo que no puede alcanzar su objeto, deseo para el cual el logos no ha organizado más que una pantalla que esconde la carencia. [...] Neobarroco: reflejo necesariamente pulverizado de un saber que sabe ya que no está «apaciblemente» cerrado sobre sí mismo. Arte del destronamiento y la discusión. (1998: 183)
A la par que usa sus hojas urticantes, Lemebel también da muestras de sus invisibilizadas propiedades de armonía, de sanación al dolor y extrema generosidad, exponiéndose crítica y hermosa, al interperlarnos, cuando pregunta si nos da miedo que nos homosexualice la vida, porque va más allá del acto sexual, traspasa el morbo genital que se le impone y habla de ternura y la búsqueda de amor, en una sociedad que guarda distancias, donde algunos intentan aceptarlo -“aunque sea marica, es súper-buena-onda”-. Y no quiere compasión, su acto de subversión es aceptarse como es. Sin embargo, espera que este jardín que se quiere construir, no repita las mismas conductas enfermizas del paraje dictatorial que los convoca: “A usted le doy este mensaje/ y no es por mí / yo estoy viejo /y su utopía es para las generaciones futuras /Hay tantos niños que van a nacer /Con una alíta rota /y yo quiero que vuelen compañero / que su revolución /les dé un pedazo de cielo rojo /Para que puedan volar” (1996: s.p.) ¿Cómo podrían estos versos no calar en el corazón de alguien que es profesora o profesor, algún padre o madre, tío o abuelo?
Para cerrar, reitero que desde su lugar como artista, en el amplio sentido de la palabra, Pedro Lemebel florece cual ortiga, una planta mágica que irrita, que escuece y sana. Sigue siendo una presencia porfiada dentro del jardín social, crece cerca de los asentamientos donde puede nutrirse del agua fortalecida por los desechos corporales, para transmutar en verdor, que guarda dentro de sí la potencialidad, tanto de defenderse de quien le agrede con gratuidad, como de beneficiar generosa a quien la trate con afecto.
Desde una perspectiva académica, la escritura de Lemebel puede leerse en la línea de pensadoras como Gayatri Spivak (2003), quien se cuestiona qué tanto puede hablar un oprimido, desde una voz académica. La misma autora pone en tensión el trabajo teórico, los estudios y las subsecuentes producciones culturales que hablan por el oprimido, pero – aunque sin mala intención mediante- terminan subalternizando “positivamente” al grupo que quieren mostrar. Me parece particularmente interesante el desafío que subyace en esta propuesta (hoy ya clásica) de Spivak; parafraseando a Santiago Guiraldo (2003), uno de los aportes más urticantes de la intelectual es que resalta y pone voz de alarma en los:
peligros del trabajo intelectual que actúa consciente o inconscientemente, a favor de la dominación del subalterno, manteniéndolo en silencio sin darle un espacio o una posición desde la que pueda “hablar”. De esto se desprende que el intelectual no debe –ni puede–, en su opinión, hablar “por” el subalterno, ya que esto implica proteger y reforzar la “subalternidad” y la opresión sobre ellos (299).
Reitero la idea de “desafío” a la que pretende adherirse esta reflexión, es escribir siendo consciente del lugar desde dónde se enuncia. En vista de que, por mucha admiración que exista hacia la escritura de Pedro Lemebel – y las diferentes reacciones que provococa en la sociedad que recibe sus palabras-, resulta imprudente que en la reflexión se asimile de manera utilitaria el acto de apropiación de la diferencia. Lemebel al poner el acento en reconocerse como otredad social, de forma aguda, buscando causar escozor -al igual que la ortiga-, provoca al mismo tiempo un alivio al crear un ‘nosotros’ de pertenencia para el diferente. Precisamente en ese límite que separa al ‘yo’ homosexual del discurso heteronormado, es donde se produce un retorno a lo social con voz propia, debido a que también reconoce los lugares comunes que habita socialmente; en caso de Manifiesto, la coyuntura de oponerse a la Dictadura cívico-militar, es un lugar que se comparte en ese ‘nosotros’ puesto en tensión. En el ejercicio de diálogo con la obra, el análisis aquí propuesto se hace desde una lectura que parte desde un afuera, desde un discurso más bien académico enunciado por un sujeto femenino heteronormado, por ello no hay neutralidad.
Por lo tanto, siguiendo la propuesta de Spivak (2003), considero prudente recalcar la idea de “mirada” que engendra este análisis, puesto que en ningún caso se quiere o pretende hablar por el grupo humano homosexual, tan subalterno como la escritura femenina, guardando todos los matices que le separan. Sin embargo, ya sea escritura homosexual o escritura de mujeres, la tierra que nos abona es precisamente, el orden masculino heterosexual como la norma válida que clasifica variantes en la literatura, análogamente a como lo hace la malherbología con las plantas que considera hostiles o poco útiles estéticamente, como es el caso de la ortiga entre otras. O bien, aquellas que representan un obstáculo a la producción agrícola, como es el caso de la amapola, planta a la que Lemebel se refiere en varias ocasiones, pero eso es ya parte de otro estudio.
En la misma lógica crítica respecto al cuidado de hablar por otro y clasificar la escritura a partir de patrones de normalidad que exceden lo literario, en este caso el género, coincido también con Carlos Monsiváis, quien en el prólogo a La esquina es mi corazón señala: “No hay literatura gay, sino una sensibilidad proscrita que ha de persistir mientras continúe la homofobia” (Cit en Monsiváis 2014: 11).
Sin título, Antar Fernández
Para finalizar, es pertinente transparentar que la presente reflexión nace a partir de los estudios literarios, pero no pretende encerrarse en ellos, pues ha sido posible gracias al ejercicio de dialogar con los estudios que parecen tan alejados de la literatura, como lo es el caso de la botánica y la etnografía, intentando respetar la premisa sobre el conocimiento humano, como una analogía de la naturaleza; premisa que tan bellamente sintetiza Gabriela Mistral, cuando nos insta a “enseñar insistiendo”, del mismo modo como lo hace la naturaleza. Por consiguiente, esta pequeña lectura ha sido iluminada dentro de la lógica de la interdisciplina, intentando florecer a partir de la sinergia de saberes que nutren y pulen el prisma desde donde se propone leer el acto poético concreto de Pedro Lemebel en “Manifiesto”, artista que soporta esta idea y que, gracias al acercamiento deslumbrado por el saber de la etnobotánica, ha podido encarnarse en mi voz.
Bibliografía
Guiraldo, A. 2003. “Nota Introductoria” en “¿Puede hablar el subalterno?” Revista Colombiana de Antropología, vol. 39, enero-diciembre, 2003, pp. 297-364.
Lemebel, P. 1996. “Manifiesto (Hablo por mi diferencia)” en Loco Afán. Barcelona: Anagrama.
Lemebel, P. 2014. La esquina es mi corazón. Santiago: Seix Barral.
Monsiváis, C. 2014. “Pedro Lemebel: El amargo, relamido y brillante frenesí”. La esquina es mi corazón. Santiago: Seix Barral, 9 - 19.
Spivak, Gayatri. 2003. “¿Puede hablar el subalterno?”. Revista Colombiana de Antropología, vol. 39, enero-diciembre, 2003, pp. 297-364.
Sarduy, S. 1998. “Barroco y neobarroco”. América Latina en la literatura. México: Siglo XXI.