El paraíso envenenado en Técnicas para cegar a los peces (2019) 

de Rosabetty Muñoz

 

 

Francisco Ferrer

Universidad Austral de Chile

 francisco.ferrer@alumnos.uach.cl 

 

 

            Asistir a la pérdida del paraíso y, a la vez, creer en el sentimiento de plenitud que ofrecen las cosas simples parecieran ser dos caras de la misma realidad. Tal como en su flujo y reflujo el mar se asemeja a la existencia: se muestra en su vaivén familiar e infranqueable. En Técnicas para cegar a los peces (Editorial Universidad de Valparaíso, 2019), la poeta chilota Rosabetty Muñoz nos propone una visión ecocrítica de su territorio que, desde los poemas iniciales, expresa el sentido trágico del enfrentamiento del ser humano con una naturaleza dañada, pero que tiene el poder de regenerarse.

            En “Marea Roja”, la primera sección de la obra, la autora nos enfrenta a la intoxicación del medioambiente, al envenenamiento que ha traído el –mal llamado–  “progreso” sobre la Tierra. Las promesas de una calidad de vida superior se ven corrompidas por el deterioro que ha causado la explotación capitalista, que intercambió los frutos sanos por residuos plásticos. «Se ha producido el temido desembarco» (23): tal como hace siglos arribaron los ibéricos con su infamia y su violencia, hoy en día la agonía de la naturaleza irrumpe en todos los rincones del archipiélago de Chiloé, víctima de la ocupación y del saqueo de sus riquezas. El incansable vaivén de las olas ya no ofrece transparencia, sino medusas muertas. Quien habla nos advierte: «Esta casa está perdiendo a los suyos» (28). Los habitantes de estas tierras padecen los males de una tristeza oscura y la descomposición del paisaje amenaza su propia identidad. En esta convivencia precaria, «en ocasiones hay una neblina tan espesa/ que nadie puede reconocer sus propias manos» (26).

            El tono que predomina en los textos tiene mucho de apocalíptico, lo cual es lógico si se considera el panorama actual y el desastre ecológico que se está viviendo a nivel mundial. La autora realiza un ejercicio de memoria donde la isla-madre, hogar-útero, entraña un pasado edénico que ha sido transgredido, dejando una sensación desoladora. Sin embargo, en la calma del cotidiano, en la sencilla caminata por el pueblo, cuando se va «sin apuro a ninguna parte» (30), o en la contemplación de las fuerzas naturales, se puede afirmar que «a veces, todavía, la hermosura nos hace enmudecer» (30) y renace un atisbo de esperanza. Porque no todo puede ser enunciado en voz alta, también es sabio callar y comprender que «el silencio está cargado de destellos» (29). Más allá de la experiencia humana, se puede confiar en que el mundo natural tiene el poder de permanecer, renovándose desde sus raíces.

            La segunda sección, “Los restauradores”, nos muestra escenas de algunos personajes del pueblo y el trabajo de las reparaciones que se realizan a los santos de madera para las iglesias. El espacio de la capilla y las figuras de los patronos representan un intento de recuperación de lo tradicional, pero en el principio se nos advierte que «el equipo considera que restaurar no significa volver al estado inicial» (55) y, en ese sentido, podría establecerse que nada puede ser igual que antes. En medio de esta actividad de restauración emerge, por ejemplo, una cierta eroticidad que se trata de ocultar. La virgen de Gracia de la isla Tac habla –entre paréntesis– para confesar que intencionadamente hizo romper su rostro y sus manos por no evidenciar su deseo. Solemne y agobiada, declara: «He provocado mis propias heridas» (67). Aquí aparece Gustavo, un joven restaurador dedicado a repararla, quien siente atracción y complicidad con su figura. En cambio, Boquita, la más joven del equipo, manifiesta el desgaste de las imágenes de los santos y cuenta con disgusto que deberá regresar a trabajar a un convento en Santiago y compartir con las monjas. Además de la virgen de Gracia, se nos presenta la figura del Cristo Nazareno, ícono famoso de la isla Caguach, conocida por su devoción. No obstante, el aparente afán religioso de la comunidad contrasta con la aclaración constante de que «ninguno del equipo tiene fe» (55-56-74). Y este sentimiento, acompañado del detrimento medioambiental, se torna existencial con la sentencia «lo único perdurable es la muerte» (55).

            Los últimos poemas, en “Lengua de santas”, sección que cierra la obra, complementan algunas de las ideas ya abordadas, como el sentido ritual detrás de la creencia religiosa –en “La novia del mar dorado” y “El fiscal bueno”– y la inevitable extinción de los recursos naturales –en “Coloquio de santos”–. Finalmente, a pesar del daño provocado por la mano humana, la autora deja entrever una luz cuando asegura que la «isla será otra vez un zarzal verde y trenzado» (82). Confiamos, entonces, en ese retorno al origen, como el fruto que conoce poseer la semilla para volver a florecer.

 

 

            Bibliografía

 

            Muñoz, Rosabetty. 2019. Técnicas para cegar a los peces. Valparaíso: Editorial Universidad de Valparaíso.