El cuerpo reterritorializado en Óvulos de Heddy Navarro
The reterritorialized body in Heddy Navarro’s Óvulos
M. Isabel Martínez Bahamondes
Universidad Austral de Chile
isamartinez2795@gmail.com
Resumen
La escritura de mujeres en Chile durante los años 80 manifiesta con ímpetu problemáticas vinculadas a una presencia femenina que reniega su lugar impuesto en un mundo patriarcal, abriendo con ello nuevos campos de sentido y experimentación de una realidad. Heddy Navarro, poeta de la generación del ‘80, desarrolla una particular forma de reflexionar sobre la existencia femenina, rehusando ponerse en “su” lugar, y observando el “mujerear” desde diversos espacios, lo que devendrá, en Óvulos (1986), en la constitución de un rizoma en donde el cuerpo, como estructura no fija, se tensiona y establece diversas relaciones - a través de agenciamientos y mecanismos de expansión y desplazamiento - con el territorio, entendido éste como espacio privado/social y físico/geográfico.
Palabras clave: reterritorialización y desterritorialización, rizoma, mujer y cuerpo.
Abstract
In Chile, the women’s writing during the 80’s manifests impetuosly certain problems linked to a female presence that denies it’s place imposed in a patriarchal world, opening with it new fields of meaning and experimentation of a reality. Heddy Navarro, poet of the 80’s generation, develops a particular form of reflection about the female existence, refusing to put herself in “her” place, observing instead the women’s movements from diferent spaces, wich will become, in Óvulos (1986), in the constitution of a rhizome where the body, as a non-fixed structure, stresses and establishes some relationships - through agencies and mechanisms of expansión and displacement – with the territory, understood in their private/social and physical/geographical space.
Key words: reterritorialization, deterritorialization, rhizome, woman and body.
Recibido: 21/08/2019
Aceptado: 23/10/2019
1. Introducción
A partir de la década de los ‘80, irrumpe con fuerza en la poesía de mujeres en Chile una fuerte reflexión sobre la existencia femenina en los distintos contextos espaciales y territoriales, evidenciando posturas y tensiones que reposicionan a la mujer/escritora tanto dentro como fuera del texto. Se visualizan las diferentes dimensiones del existir de los sujetos femeninos, ampliando los campos de lo corporal, lo privado y lo social, explorando una sexualidad y erotismo más explícitos, carnales; en definitiva, definiendo las tensiones que se entrecruzan en lo que es el ser/estar mujer, lo que deviene en un desbordamiento de lo escrito.
Siendo más precisos, esta presencia femenina que excede el texto literario acomete en los campos de sentido de la crítica y el canon chilenos, divergiendo de lo establecido por la preeminencia histórica de lo masculino, y generando agenciamientos que se establecen en diversos registros, y con toques propios. Las poetas despliegan rupturas que, en muchos casos, implican: “una estructura (des) centrada, donde las categorías –el yo (simbólico), la otra (propia, real, necesaria), más el sustrato del imaginario-, lejos de configurar un principio de identidad, se fusionan y se deslizan para dar origen y territorio a una sujeto de la alteridad” (Cit. en Oyarzún 2004: 17). Lo político es personal a nivel autorial, indisociable de lo estético y la producción escritural. Se habla de un nuevo ciclo femenino:
La poesía de sus últimos veinte años es el campo de batalla de la liberación de la mujer nue va. Su poesía, en libertad, tiene imágenes surrealistas, cubistas y antipoéticas. El mensaje que transmiten en renovador y subversivo. La poetisa chilena establece nuevas relaciones con el hombre, con la sociedad y con Dios. Deja ya, por fin, de estar manipulada. Es dueña de su sexualidad y expresa sin represiones sus deseos. Su cuerpo es labio de voluptuosidad y su instinto sexual, a veces, roza con la agresividad. Hay una nueva sensibilidad social y una relación renovada con la tradición católica: algunas mujeres son irreverentes frente a los dogmas de fe y la moral masculina (Díaz 1994: 329).
Así, es desde la década del ’80 en donde se evidencian de forma más explícita estas nuevas políticas escriturales, que provocaron: “un cambio de percepción, no solo en ellas, y entre ellas, sino también desde los otros, porque ayudaron a comprender la existencia, las complejidades y distinciones de escrituras de mujeres, desde las mujeres… donde en ocasiones se practicó el poder hipnótico de la dominación” (Cit. en Arellano 2015: 12). Se instala así en la poética femenina la geografía del cuerpo como el lugar de la diferencia sexual.
2. Heddy Navarro y su expresión poética
Heddy Navarro (1944), poeta puertomontina de la generación de los ‘80, se instala dentro del panorama poético chileno con una propuesta que se aleja de la tendencia en la poesía escrita por mujeres, ya que inaugura un camino inusual: “rehúsa ponerse en su lugar; y desde la cocina, desde la azotea, o desde la piel, mira el mujerear o mujir (verbos y expresiones suyas) como hechos curiosos que le acontecen a la conciencia” (Encina 2010: 7). Desde otra vereda y visión, pero nunca la opuesta, en los poemas de Heddy se detona un hablante lírico evidentemente femenino, que reflexiona desde diversos espacios, interpelando a un “otro” constantemente.
Sin título, Víctor Gutiérrez
Heddy Navarro realiza un trabajo poético más constante – ya que ejerció antes como profesora – en la década de los ’70 (Rojo 1990), publicando su primer poemario, Palabra de mujer, en 1984. Le siguen Óvulos (1986), Oda al macho (1987), Poemas insurrectos (1988), Vírgenes vacantes (1991), Cantos de la Duramadre (2004) y Terral (2015). En su poesía se advierte un ser mujer que es consciente de su existir en un espacio “que la margina , en el cual cumple sus “funciones” de madre, esposa, servidora, cuidadora, de la casa, a veces con dulzura, otras con indignación. Heddy Navarro configura un mundo poético, a ratos agresivo, otros sarcástico, de lenguaje e imágenes originales, siempre convincente” (Villegas, 1987, cit. en Navarro, 2010). Tensiona desde el espacio de la cocina, de la habitación, de la casa y fuera de ella los roles genéricos asociados y la imposición de estos al cuerpo y la existencia femenina, estableciendo una declaración hacia el futuro, como una bomba que en algún momento, cada vez más pronto, explotará: “Saldrá ahora/el ladrido que espera/esta quiltra/agazapada/a la puerta de la cocina/Saldrá ahora este gruñido” (Navarro 2010: 42).
Ha sido antologada por Juan Villegas en Antología de la nueva poesía femenina chilena (1984), La mujer en la poesía de los 80 (Inge Corssen, 1987), Fuera del juego. Catorce poetas chilenos (Ed. Fértil Provincia, 1991), Leones alados. Poetas chilenos traducidos al sueco (Sun Axelsson, 1991), Poesía femenina sudamericana (Franklin Proaño, 1993) y Veinticinco años de poesía chilena, 1970-1995 (Teresa Calderón, Lila Calderón, Tomás Harris, 1996). Heddy interactúa en su poesía con los objetos cotidianos en una relación espontánea y sencilla, configurando una palabra de mujer cuyas imágenes, sin embargo, proyectan empoderamiento, conciencia y determinación. Así:
A lo largo de su vasta trayectoria literaria Heddy ha desarrollado el cuestionamiento por el ser mujer en sí y su cosmogonía al mismo tiempo que la sitúa en el contexto de las cosas, de lo cotidiano, mostrando con esta fórmula la transversalidad del existir y tener que vivir en la cotidianeidad más allá del ámbito espiritual, siempre hay un terreno, siempre hay una palabra que existe. El discurso lírico de Heddy Navarro constituye una voz original y moderna en el contexto poético nacional; internacionalmente, acentúa una dimensión y un espacio, un tono y un lenguaje que ha asomado con timidez en otras poetas latinoamericanas (Encina 2010: 7).
Desde una mirada diferente Heddy Navarro se sitúa, se encierra o se despliega en una infinitud de elementos dispuestos a su alrededor, provenientes también de un territorio geográfico concreto: la costa, el sur. Su cuerpo se enreda con la naturaleza, como así también con otros cuerpos, los amados. Acuden a su poesía sus hijos y compañero, también poeta, plasmando en su mundo poético el amor, la insurrección, la visión de justicia, insatisfacción y el alzamiento erótico de la mujer, todo en conjunto con una búsqueda metafísica constante.
3. El rizoma
Dadas las multiplicidades tomas de posición y agenciamientos que se entretejen en Óvulos, la noción de rizoma nos permite leer este poemario en las concreciones de la realidad como un presente que, al mismo tiempo, deviene en otros estados, excediendo con ello los “límites” del libro, convirtiéndose éste en un elemento más dentro de un organismo. Revisemos lo propuesto por Deleuze y Guattari:
En un rizoma cada rasgo no remite necesariamente a un rasgo lingüístico: eslabones semióticos de cualquier naturaleza se conectan en él con formas de codificación muy diversas, eslabones biológicos, políticos, económicos, etc…, poniendo en juego no solo regímenes de signos distintos, sino también estatutos de estados de cosas (2002: 13).
El rizoma permite conectar cualquier punto desde cualquier parte, siempre mutando, ampliándose, escapando a través de las líneas que deja, lejos del binarismo y la jerarquización del pensamiento arborescente, o de un pivote base desde el que se extienden las distintas estructuras. Ante la existencia de una multiplicidad que puede parecer agobiante y caótica, el rizoma posee mecanismos que disponen, organizan, devienen en acciones. Dentro de ellas, la máquina abstracta: “efectúa la conexión de una lengua con contenidos semánticos y pragmáticos de los enunciados, con agenciamientos colectivos de enunciación, con toda una micropolítica del campo social” (Deleuze y Guattari 2002: 13). Pensamiento, lengua y habla, cuerpo, espacios, territorios, sociedades, lo bueno y lo malo… todos confluyen en un mismo plano, relacionándose de numerosas maneras, deviniendo una y otra vez en el proceso.
Las características anteriores (la posibilidad de conectar todos los puntos desde cualquier parte, así como la naturaleza diversa de los elementos que se cruzan: agenciamientos, enunciados, formas de codificación, distintos eslabones) refieren a dos de los caracteres generales del rizoma: los “principios de conexión y heterogeneidad”. El tercero, “principio de multiplicidad”, nos dirige a una condición que no tiene ni sujeto ni objeto, sino dimensiones, tamaños que no pueden aumentar sin que la multiplicidad mute en su naturaleza. En un rizoma no hay puntos o posiciones; hay líneas y multiplicidades, que provocan un encadenamiento ininterrumpido de efectos, con velocidades variables, siempre en relación con el afuera: “las multiplicidades se definen por el afuera: por la línea abstracta, línea de fuga o de desterritorialización según la cual cambian de naturaleza al conectarse con otras” (Deleuze y Guattari 2002: 14). Son las líneas de fuga y desterritorialización, entonces, las que posibilitan los mayores desplazamientos y amplitudes de las multiplicidades, transformándolas cualesquiera sean sus dimensiones.
El cuarto principio corresponde al de “ruptura asignificante”: un rizoma puede ser roto o interrumpido en cualquier parte, pero siempre va a recomenzar, ya que no cesa de reconstituirse. Se puede trazar una línea de fuga, pero a su vez se puede reestratificar el conjunto:
Todo rizoma comprende líneas de segmentaridad según las cuales está estratificado, territorializado, organizado, significado, atribuido, etc.; pero también líneas de desterritorialización según las cuales se escapa sin cesar. Hay ruptura en el rizoma cada vez que de las líneas segmentarias surge bruscamente una línea de fuga, que también forma parte del rizoma (Deleuze y Guattari 2002: 15).
En quinto y sexto lugar, finalmente, se encuentran los “principios de cartografía y calcomanía”. Mientras que la lógica del árbol reproduce a partir del calco y la jerarquización de este, el rizoma construye, realizando un mapa que es parte de él, y que permite su expansión dentro de un plan de consistencia (una cuadrícula; el afuera de todas las multiplicidades). El mapa es abierto, alterable, conectable en todas sus dimensiones; puede ser roto, desmontado o iniciado por un individuo, un grupo o una formación social.
Los agenciamientos, en tanto, corresponden a una noción más amplia que la de estructura – y que incluye elementos desde biológicos hasta imaginarios -, pero que constituye “la verdadera unidad mínima”; es una simbiosis que incluye tanto líneas molares como moleculares, siendo también de índole colectiva, poniendo en juego poblaciones y territorios. Toda acción y pensamiento parte desde un agenciamiento, atravesando imperceptiblemente las ideas y relaciones. El agenciamiento, no obstante, es ante todo territorial.
Entonces, ¿qué es el territorio? Corresponde a una construcción social resultado de las decisiones y relaciones de poder – contextualizadas en un espacio y tiempo determinados – que son tanto materiales como simbólicas, en términos de la producción de un espacio que se constituye diferencialmente (Herner 2009). Así, el territorio envuelve:
una dimensión simbólica, cultural, a través de una identidad territorial atribuida por los grupos sociales, como forma de “control simbólico” sobre el espacio donde viven (siendo también por tanto una forma de apropiación), y una dimensión más concreta, de carácter político disciplinar: una apropiación y ordenación del espacio como forma de dominio y disciplinamiento de los individuos (Cit. en Herner, 2009: 165).
Para Deleuze y Guattari el poder se trata en realidad del deseo, que es agenciado por “máquinas”, poseyendo un sentido productivo y constructivo. De acuerdo a los autores es el deseo quien crea territorios, ya que es quien comprende una serie de agenciamientos. En este sentido:
los seres existentes se organizan según territorios que ellos delimitan y articulan con otros existentes y con flujos cósmicos. El territorio puede ser relativo tanto a un espacio vivido como a un sistema percibido dentro del cual un sujeto se siente “una cosa”. El territorio es sinónimo de apropiación, de subjetivación fichada sobre sí misma. El es un conjunto de representaciones las cuales van a desembocar, pragmáticamente, en una serie de comportamientos, inversiones, en tiempos y espacios sociales, culturales, estéticos, cognitivos (Cit. en Herner 2009: 166).
La territorialidad corresponde a una característica principal de los agenciamientos, ya que es el territorio quien crea el agenciamiento, excediendo a la vez el organismo y el medio (Herner 2009). Así, se generan dos tipos: los “agenciamientos maquínicos de los cuerpos” son las máquinas sociales, respondiendo a un estado de mezcla entre los cuerpos de una sociedad (Herner 2009). Los “agenciamientos colectivos de enunciación”, por otro lado, remiten a los enunciados, a una máquina de expresión en donde se determina el uso de los elementos de la lengua. Refiere a un estado de palabras y símbolos, a un lenguaje. Ambos agenciamientos se relacionan, uno interviene en el otro, ya que las formaciones de cuerpo producen relaciones en la idea (Herner 2009). Así, un territorio se constituye en base al movimiento mutuo de estos agenciamientos.
La desterritorialización corresponde a un movimiento en el cual se abandona un territorio, en una operación de líneas de fuga que comprende, al mismo tiempo, una reterritorialización y una nueva construcción de territorio. Para Deleuze y Guattari, en un primer movimiento: “los agenciamientos se desterritorializan y, en un segundo, ellos se reterritorializan como nuevos agenciamientos maquínicos de los cuerpos y colectivos de enunciación” (Herner 2009: 168). Entre la desterritorialización y la reterritorialización hay un movimiento indisociable, en donde, por ejemplo, un elemento desterritorializado sirve de territorio a otro que pierde el suyo. Los autores proponen dos tipos de desterritorialización: la “desterritorialización relativa,” en donde se reterritorializa un elemento desterritorializado, y la “desterritorialización absoluta”, concerniente al pensamiento y el devenir. La desterritorialización: “habla de manifestaciones simultáneas y transversales […] implica, además, la desarticulación del referente clave de las culturas: el territorio, espacio común donde se materializan las prácticas, que marca las fronteras entre “nosotros” y los “otros” (los de “adentro” y los de “afuera”)” (Herner 2009: 170). Pensar el territorio desde la propuesta de Deleuze y Guattari, por ende, implica reconocer que estamos ante un panorama variable, dinámico por antonomasia, en donde las estructuras no son estables y la creación es indisociable del pensamiento, dando cabida a los cambios y movimientos que deben seguir a los procesos y relaciones humanas.
En este sentido, el cuerpo también se entiende como un territorio, así como también puede ser concebido como una: “construcción que existe en y a través de las marcas de género, donde el esquema corporal se genera como un proceso de reiteración regulada, bajo el mandato de una serie de prohibiciones fundadoras” (Balbontín 2009: 151). Estas prohibiciones pueden referir a la estigmatización del cuerpo desnudo, o al tabú que se impone sobre lo erótico y lo erógeno, particularmente sobre el cuerpo de la mujer.
4. Cuerpo y territorio
En Óvulos, Heddy ya comienza a establecer un posicionamiento determinado, definiéndolo con un epígrafe al inicio del poemario que distingue y significa: “A mi madre/A las mujeres de Chile/porque en cada vientre libre/late el hombre del mañana” (Navarro 2010: 39). Se sitúa en un espacio concreto, reconociéndose heredera y sucesora, compañera de otras mujeres, manifestando la indispensabilidad de todas las mujeres al ser la matriz del devenir, del hombre del mañana. Sin embargo, este devenir, la construcción del hombre del mañana, es producto de un “vientre libre”, alcanzado con la emancipación de la tradición patriarcal y la dominación masculina, que es lo que nos oprime.
Sin título, Antar Fernández
Óvulos. El nombre del poemario reenvía inevitablemente al epígrafe, así como también a una idea que se construye a través de menciones a lo largo de los poemas. Las células sexuales y esféricas propias del cuerpo femenino, portadoras del material genético. Células que, al ser fecundadas por un espermatozoide, forman un cigoto. Óvulos no solo alude a la condición de ser mujer: es tomar algo que nos pertenece de una forma primigenia e inmanente, apropiarse de la fuerza y la plenitud de la palabra; pero, además, remite a la condición de ser vientre, de ser máter. Sin embargo, todas estas apropiaciones no se expresan de formas siempre fáciles, irrumpiendo sobre los cuerpos por momentos una violencia descarnada. Es el caso del segundo poema, Armas: “El vientre es el arma de la vida/alguien nos persigue/nos atrapa nos aplasta/moribundas abrimos/nuestros miembros/y creamos vida/antes de la muerte” (Navarro 2010: 41).
Heddy Navarro, al igual que otras mujeres de la generación del ‘80, recurre a una renovación del lenguaje en la cual la sexualidad, el deseo y la carne se erigen como un referente poético que hace del cuerpo un objeto desde donde se plasma el mundo, adquiriendo a su vez una dimensión política. Así, dentro del rizoma que constituye en una primera instancia el poemario, en la multiplicidad que se va conformando podríamos considerar como líneas de segmentaridad rígida las imposiciones que establece la sociedad patriarcal desde la institucionalidad y la cotidianeidad que operan sobre los cuerpos y sujetos femeninos, intentando aprisionarlos y recluirlos dentro de los espacios que milenariamente han contenido a las mujeres: “Saldrá ahora / el ladrido que espera / esta quiltra / agazapada / a la puerta de la cocina” (Navarro 2010: 42). En estos mismos versos; sin embargo, se ve cómo se proyecta desde la hablante la intención, el agenciamiento que constituirá el cambio y el devenir del rizoma: el escape (en su sentido más literal), la irrupción, la manifestación del grito contenido.
En ese sentido, podemos considerar tres grandes líneas de fuga desde las cuales el sujeto femenino desterritorializa el lugar simbólico y los quehaceres propios de la mujer, para luego transitar, desterritorializar y reterritorializar los espacios físicos y geográficos, deviniendo finalmente en una voz que no congrega solo una individualidad, sino que hace propia la esencia heredada por el género, posicionando como intrínseco a su ser un territorio particular: el Sur, desde el cual se anuncia como un sujeto ya múltiple, razón misma por la que se sitúa en un contexto determinado, y con una fuerza que deja de manifiesto la trascendencia (también en el tiempo) de esa voz.
Volvemos al contenedor inicial del cuerpo y la potencia femenina de la mujer: la cocina y la casa, que se reterritorializan a medida que la escritura inunda sus rincones, apropiando los referentes del espacio – rico en imágenes desde las cuales la hablante se desata - como una forma de resistencia ante la represión; una forma íntima, inherente a la carne y la piel: “Arrastrada bajo la alfombra / convertida en trapo de sacudir / en escoba / escalo mi plumero / y en los anillos de Saturno / me siento a crear / este acto irresponsable” (Navarro 2010: 66). El agenciamiento en este Poema, y su posterior devenir, van más allá que la identificación de la posición en la que se está; por un lado, la hablante subvierte su condición inferior, subiendo más allá de la jaula social, en la búsqueda del absoluto, lo metafísico que también forma parte del ser humano, mientras que por otro lado esta apropiación no solamente va desde un empoderamiento a través del género, sino que a partir del mismo acto de escritura que realiza la poeta, evidenciando las tensiones que han subyugado a las mujeres en la metatextualidad de pensar el ejercicio poético. En una misma conjunción, podemos ver cómo la hablante configura su cuerpo con el espacio hogareño y los elementos de la cocina, integrándolos a los quehaceres amorosos, en un juego poético que tiene como referentes la comida y la sexualidad de la hablante, inmersa con naturalidad en el tranquilo día a día de lo que podríamos considerar el sur, debido a lo particular del alimento: “Hicimos el amor / una noche / y yo casi dormida / pensaba en el canasto / -si quedarían papas- / Ahora que las papas están / cocidas / y ni una sola quiere entrar / a mi boca / te digo / podríamos haber comido / amor / toda la vida” Navarro 2010: 55). Se suma a esto el deseo en su significado más coloquial, como un motor que genera posicionamientos que dinamizan las relaciones dentro del espacio.
La hablante ya transita fuera de las paredes de la casa – o en último caso observa desde el interior atentamente, más allá de la melancolía del encierro -, estableciendo relaciones directas y enunciando una identidad que parte desde lo que podemos mencionar como Suralidad:
el conjunto de los rasgos de identidad observables en el espacio y la temporalidad histórica denominada “sur de Chile”, cuyas fronteras son percibidas bien de manera simbólica (“comienza en una nube y termina en un árbol”) o concreta (“empieza en el puente Malleco y termina en el muelle de Quellón”). Este territorio y su devenir están marcados por cruces étnicos, históricos, tecnológicos y lingüísticos, en permanente reconstrucción o resignificación, lo mismo que sus fronteras físicas (Arellano y Riedemann 2012: 13).
A través de los poemas se hace propio el entorno del sur (particularmente la zona de Valdivia, lo que podría interpretarse por las menciones a la costa en conjunto a la selva y el bosque), instaurándose como un referente poético que es eje de los procesos que toma el rizoma: “Las nubes arremeten contra el cielo / y se viene la lluvia / pero no se viene / el frío agranda las rendijas / y se viene la lluvia / pero no se viene / el miedo camina entre las sílabas / y se viene la lluvia / pero no se viene” (Navarro 2010: 60).
En este sentido, dos poemas permiten evidenciar una interesante convergencia de líneas de fuga entre el cuerpo y el territorio, de espacios, momentos y experiencias que se desterritorializan y reterritorializan, aunque no siempre de la forma deseada: “Tengo una estructura milenaria / encadenándome las nalgas / madejas de lana / arrinconadas en la casa / canastos y cucharas de palo / en la ventana / una forma propia de liudar el pan / hileras de conocimientos / ensartados en una cuelga de años / Y sobre todo tengo / un estructurado sentimiento de ser / madre hija esposa hermana / ex esposa ex amante / profesora alumna / sucesora precursora / una casa / un trabajo / un boleto de tren / jalándome hacia / el norte” (Navarro 2010: 69). La hablante describe los elementos que la conforman de manera identitaria: la carga impuesta al género (el que ciertos elementos sean parte de la mujer y no del hombre, como la lana y las cucharas) y las funciones que son parte del ser mujer (cocinar) que; sin embargo, se entrecruzan y tensionan con, por un lado, la esencia heredada (su estructura y los conocimientos que se han traspasado) y todo lo que es parte de su vida, incluyendo sus relaciones interpersonales filiales y sociales, para concretarse en una especie de conflicto que no logra resolverse. Es importante mencionar también la intertextualidad presente a través del nombre el poema “Exiliada del sur” (de Violeta Parra, musicalizado por Patricio Manns) y que reenvía, a su vez, a un recorrido por Chile, en donde poco a poco va dejando el cuerpo.
En el segundo poema, la relación que se establece entre la suralidad y la hablante es totalmente distinta, evidenciando una carga simbólica sobre el territorio hasta dolorosa: “La central hidroeléctrica me trae / el agua de Pilmaiquen / Colbún y Machicura / me trae peces y cangrejos / me trae un río que muere / en mis turbinas / me electriza / enciendo las bujías / Me trae el espasmo / Aborto en el recuerdo / de un magneto / aplicado en la vagina” (Navarro 2010: 65). Así como en el nombre del poema, vienen las imágenes en “Torrente”(s) a la mente de la hablante, en un tránsito de agua y seres marinos en un primer momento, para luego dar paso a una mujer sufriente que está siendo torturada, dentro de lo que son las intervenciones y agresiones de las máquinas y aparatos de poder del Estado hacia los cuerpos, en medio de agenciamientos maquínicos y de enunciación, políticos e históricos que cruzaron transversalmente la historia de Chile. El torrente traído por la central, el agua que inunda gran parte del territorio, lleva con el la electricidad, provocando recuerdos de un pasado espeluznantemente real, pero que sin embargo se resignifica en conjunto al cuerpo y el espacio, reconstruyendo desde la pérdida, el dolor y la resiliencia.
El poema “Carta” ya anuncia como preámbulo el devenir poético y existencial de la hablante, excediendo el texto y el libro al instalarse dentro del espacio, ya que es Heddy Navarro quien enuncia, manifestando con ello su proyecto y las líneas por las que se desplaza en el mundo escritural y físico: representa el rizoma que se ha ido construyendo, sus líneas de fuga y segmentación, de continuidad, sus planos de realización y pensamiento, así como las realidades enunciativas del poder que han violentado su cuerpo y su género. Si bien en un principio se dirige a un “tú” masculino amenazante al cual visibiliza: “al violador de mi correspondencia / al que vive allegado a mi domicilio uterino / al plagiador de ideas en vuelo rasante” (Navarro 2010: 63), posteriormente se señala a sí misma como difícil de encontrar, también porque la naturaleza que la rodea (su Sur) la protege. Declara implacable, posteriormente, que no es especial, que no es machi ni detiene los vientos, que ni dios ni Marx la conocen. Pero es nombrada y conocida en su galaxia, en el rizoma que conforma su cuerpo y su pensamiento en relación al entorno social y geográfico, en donde vive ella con los suyos dentro de la finitud que significa su existencia, apropiándose de los elementos que le entrega su territorio para sobrevivir: el mañío, las avellanas, los piñones. No es infinita, ni es conocida, ni sabia, pero trasciende a través del olor a sol que le pertenece, en una última sinestesia cargada de significados que tienen una fuerza especial para quien habita este espacio, para quien siente en la piel el lugar que pisa, cuando la tierra nos ha entregado tanto.
5. (Prematuras) Conclusiones
En Óvulos, segundo poemario de Heddy Navarro, la hablante – y en varios casos la autora misma en cuestión – establece conexiones que vienen a resignificar lo cotidiano, en la constitución de un rizoma que involucra, dentro de sus agenciamientos, una estructura en donde el cuerpo – posicionado este a su vez como una potente corporalidad femenina – establece diálogos constantes, tensionando espacios internos (en tanto hogar / espacio social inmediato) como externos (el Sur, la costa, la naturaleza y el cosmos); todo alrededor de cuestionamientos y declaraciones de principios y estados existenciales, siendo la observación un eje primordial para los desplazamientos físicos y abstractos de la hablante, en dos niveles principalmente: cómo transcurre el mundo y los seres que lo habitan, sobre todo mujeres, y cómo transcurre la existencia de Heddy Navarro (poeta, madre, esposa, amante, habitante y sujeto político) en relación a los cruces que establece.
Así, en este rizoma se establecen líneas molares y moleculares, de fuga y segmentaridad en donde se construye el devenir de la poeta y el mundo que la rodea, a través de desterritorializaciones y reterritorializaciones que ejerce sobre su cuerpo, los espacios cercanos y el territorio como Suralidad escenarios desde los cuales enuncia, y que en definitiva forman parte del mismo rizoma. Así, establece relaciones con elementos pertenecientes a la cocina y los espacios que conforman el hogar, reposicionándose en un momento determinado como una mujer que, ante la imposición violenta de roles, se sirve de éstos para resignificar y constituir el acto creativo. Se amplía el espacio, como se comentó anteriormente, con la puesta en escena de las imágenes del Sur, en donde evidencia una fuerte herencia simbólica, epistemológica y sobre todo identitaria, para luego tensionar esos espacios y vincularlos, en las multiplicidades que permite el rizoma, a una memoria corporal y política que van más allá del acto de escritura, generando en el proceso numerosos agenciamientos de enunciación que potencian la voz de la poeta.
Es preciso terminar con el poema que cierra el poemario: Final de siglo, que responde a una especie de epílogo en donde el tiempo pasa, subvirtiéndose los elementos que han sido subyugados a lo largo de la historia: las flores y los árboles irrumpen en las ciudades y sus construcciones; es en la última hora, en la hora del nocturno (relación de intertextualidad) donde Chopin encima del teclado escupe sangre como parte de su trágico sino, y donde el Ché cultiva otras formas de libertad en Bolivia, y -“los dictadores como pájaros en la reja / electrificada de la Banana Company” (Navarro 2010: 76)- en una inversión de la violencia técnica ejercida. La machi, figura presente a lo largo de todo el poemario, en esta ocasión invoca a las culebras, mientras al mismo tiempo se produce una reapropiación espacio temporal de la figura del cherruve, que termina emitiendo señales de satélite (la invasión de la modernidad). Declara la hablante, finalmente, que en el último día del siglo (situándose directamente en un ahora que concluye una etapa) ascenderá ovíparamente, abandonando su existencia mamífera. Este final, sumamente simbólico, implica una vuelta al origen y una ascensión en un estado más depurado, e incluso más allá: remite a renacer de otra forma, la forma de un huevo, la forma del óvulo que se devuelve a la matriz, que se devuelve al cuerpo de la mujer, perpetuándola. Podemos leer, de forma paralela, que esta ovípara ascensión tal vez tenga que ver con la subversión de elementos asociados a la mujer y que han sido demonizados por la dominación masculina y modernidad occidentalizada, como la manzana, la culebra y la figura de la Machi, resignificándose, de paso, además a través de la traslación y visibilización de personajes sobre todo propios de Latinoamérica, como García Márquez y el Ché. Así, podemos ver cómo se cierra el ciclo, reterritorializándose el cuerpo como un rizoma próximo a establecer otros agenciamientos que impliquen modificar su estructura, en una evolución constante del devenir.
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