Maternidad y migración.  Crisis y posibilidad en Hijos de Rosabetty Muñoz

 

Maternity and migration. Crisis and possibility in Hijos by Rosabetty Muñoz

 

 

Cristina Bravo Montecinos

Universidad de Santiago de Chile

bosquedealerces@gmail.com

 

 

            Resumen 

 

            En este artículo se analiza el poemario Hijos de Rosabetty Muñoz estableciendo una relación con la experiencia personal y social de la maternidad migrante. Se sugiere que ser madre implica un gesto político, en tanto, constituye una manera de pensar en los otros y para los otros a la manera de un proyecto de comunidad. A su vez, se devela implícitamente que la reproducción de un modelo de familia tradicional no asegura el cambio social.

 

            Palabras clave: migración, maternidad, transición a la democracia, identidad tradicional, violencia.

 

            Abstract

 

            This article analyzes the poems Hijos written by Rosabetty Munoz establishing a relationship between the personal and social experiences of migrant mothers. It is suggested that being a mother implies a political gesture as it is a way of thinking in others and for others grounded in a project of community. In addition, it is implicitly revealed that the reproduction of a traditional family model does not assure social change.

 

            Key words: migration, maternity, transition to democracy, traditional identity, violence.

 

 

            Recibido: 23/08/2019

            Aceptado: 10/10/2019

 

 

 

            Me dispongo a re-visitar un texto que pensé hace varios años: Hijos de Rosabetty Muñoz. Una de las razones, surge al establecer una relación entre este texto y la realidad de Chile actual en torno a la maternidad de las mujeres migrantes. De alguna forma pienso que, con todas las diferencias entre un momento y otro, en Hijos se habla de maternidad y migración. Esto supone la configuración de un discurso poético particularmente político, en el que la autora pone en cuestionamiento el estado del Chile de la transición a la democracia, es decir, un país que también es consecuencia de la reciente dictadura militar y que no otorgaba prácticamente ninguna protección a la ciudadanía.

 

Sin título, Antar Fernández

 

            Rosabetty Muñoz es una poeta reconocida a nivel local, nacional e internacional. Nace en la isla de Chiloé, específicamente en la ciudad de Ancud en 1960. Desde esta cuidad comienza a vincularse con el quehacer literario, formando parte del grupo Chaicura, dirigido por el poeta Mario Contreras entre los años 1975-76. Luego ingresa a la carrera de Pedagogía en Castellano en la Universidad Austral de Chile, lugar en el que junto con otros escritores forman el taller literario Índice. 

            Ha obtenido diversos premios, entre ellos el Premio Pablo Neruda (2000) por el conjunto de su obra, el Premio del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2002) con Sombras en el Rosselot como mejor obra inédita y el Premio Altazor 2013 por Polvo de huesos.

            Son además múltiples las apariciones de sus textos en antologías a nivel nacional y en el extranjero. Algunas de ellas son: Un ángulo del mundo. Muestra Poética, Encuentro Iberoamericano de Poesía, RIL de 1993; Veinticinco Años de Poesía Chilena, Fondo de Cultura Económica de 1996; Antología del Poema Breve en Chile, Editorial Grijalbo de 1998; Escritoras Chilenas, Editorial Cuarto Propio de 1998; Antología de Poetas Chilenas, Dolmen Ediciones de 1998; Antología Poética de Mujeres Hispanoamericanas (Siglo XX), Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo de 2001.

            En la Antología crítica Poetas actuales del sur de Chile, de Óscar Galindo y David Miralles, uno de los primeros gestos sistematizadores de las obras escritas en ese segmento geoterritorial, se incluye a Rosabetty Muñoz como también en Héroes civiles & Santos laicos. Palabra y periferia: trece entrevistas a escritores del sur de Chile de Yanko González. En la presentación de este último, se señala que Rosabetty Muñoz junto con otros escritores “mantienen, unos más que otros, un diálogo de señas autorreferidas a un espacio geográfico y simbólico particular, a través de la investigación histórica y sociocultural” (1999: 5), que correspondería a la expresión de la poesía “etnocultural” según Iván Carrasco (1989; 1993; 1994; 1995). En la entrevista efectuada a la autora en este mismo texto, que es más bien una correspondencia epistolar a lo largo de los años 1997 a 1999, la autora se extiende sobre la práctica poética, que vincula -en gran medida con su experiencia como habitante del archipiélago de Chiloé- y más tarde con la experiencia universitaria, momento de su formación profesional como profesora de castellano y poeta.

            En el poemario Hijos me parece fundamental formular las siguientes preguntas: ¿por qué una mujer migra para ser madre?, ¿por qué migra una madre?, ¿qué tipo de subjetividad  construye una maternidad migrante? Preguntas a todas luces sumamente contingentes a 28 años de su publicación. En el texto de Muñoz, migrar es básicamente huir de un lugar o situación adversa, en este caso, se huye para ser madre en un espacio que permita la procreación. 

            Es fundamental considerar que: “el proceso de la maternidad es un hecho social y que, como tal, compromete todos los aspectos de la realidad de la mujer, de su pareja, de sus hijos/as, de su familia y del medio social al cual pertenece” (2002: 295). En Hijos, la maternidad surge como respuesta a la crisis social e institucional, dado que, los hijos son la base de la sociedad y como tales deben ser resguardados. En este sentido, la mujer se siente obligada a migrar para dar protección a una noción de nación ideal. Sin embargo, observo en el poemario que la maternidad no asegura el proyecto de una cultura o nación; se muestran paradojas a lo largo del texto que dan cuenta de esta condición y que develan la complejidad de la experiencia materna y migrante. 

            Si bien, en los primeros poemas no aparecen “los hijos”, considero que la hablante señala  que migra para ser madre, identificándose en todo momento con esa condición, la maternidad como gesto político, puesto que ser madre, no sólo lo expresa como una experiencia individual, sino como ejercicio de pensamiento en torno a la sociedad. 

            De ahí se desprende el título “hijos”, es decir, el producto de la reproducción cultural y biológica, como también de la producción literaria. 

            La migración, en este caso, del continente a lo insular es la búsqueda de un espacio ideal o “paraíso terrenal”: “Busquemos un lugar / Para incluirnos entre los inmortales. / Un nidito en la trizadura del tiempo (1991: 13).

            La voz poética se apropia de la posibilidad de ser madre como una respuesta o reacción a la política represiva de la dictadura, ser parte de los “inmortales”, quizás también los mártires, es decir, aquellos que trascendieron en la historia reciente desafiando el orden establecido por la dictadura militar.

            Los discursos oficiales, propiamente masculinos, que exaltan a su vez el rol de la mujer como madre, son cuestionados por las mujeres de uno u otro bando en una sociedad chilena profundamente polarizada, ya que, como consecuencia de sus políticas y sus luchas, permitieron un escenario crítico que no garantizó el bienestar de los hijos/ciudadanos. 

            No es de extrañar en este sentido que, la recepción de la obra de Rosabetty Muñoz, resaltase las caracterizaciones femeninas en sus textos. En gran parte de los estudios a su obra, se señala que éstas son “naturalmente” o “auténticamente” femeninas, contraria a las poéticas de autoras “feministas” o “irreverentes” del período.

            La pregunta por la subjetividad que surge en la maternidad migrante es más compleja y aquí se articula a partir del carácter poético de la obra, donde el decir en un lenguaje figurado expresa un modo único y particular de dar voz a lo que no se puede decir desde modos referenciales del lenguaje. 

            Susana Velásquez (2002 ) señala que: “la mujer va configurando sus sentimientos y expectativas respecto de la maternidad, mucho antes de que este hecho se produzca, en términos de un ideal maternal, en un contexto social cargado de valoraciones respecto de la misma; esto produce repercusiones en la subjetividad” (297). En este caso, la expresión de la subjetividad se torna particular, en tanto, la mujer no sólo vive la experiencia de ser madre, sino también de dejar una cultura y una vida para iniciar otra, como el ser madre en esa transición. 

            El discurso científico, el conocimiento médico acerca de la maternidad, que no es sino una ideologización de ésta que se transmite en distintos medios, promueve un modelo que olvida las aristas que componen la subjetividad de las mujeres y de la experiencia particular de la maternidad. No seguir este modelo puede provocar trastornos o emociones diversas, tales como miedos, alegría, culpas, deseos, vergüenza, etc. 

            Las posibilidades que permitiría la maternidad dan cuenta de esta explosión de emocionalidad diversa y contradictoria, donde se enfrenta permanentemente la oposición binaria entre lo masculino y lo femenino, y si bien, se reproduce una idea heteronormada de la realidad social, esta imagen se enfrenta constantemente con la crisis que supone ser mujer/madre. 

            En el poemario, la hablante se identifica con una isla, ahí expresa la certeza de que sólo mediante el resguardo en ese espacio podrá “inmortalizarse”, proyectarse culturalmente:

 

La geografía de mis vísceras 

a tu disposición 

tripulante amado.

Para que vayas bordeando los puertos 

de las gastadas tripas 

donde almaceno residuos de vidas anteriores (14).

 

            El título del texto es determinante para comprender este aspecto, de la misma forma el contexto histórico y social. En la medida en que, la “transición a la democracia” aparece en el texto profundamente ligada a los efectos negativos de la dictadura, tal vez, a la manera en que describe Tomás Moulián el Chile actual, como “una sociedad donde prima el modelo socioeconómico de “economía libre”, cuyos lineamientos generales fueron definidos durante la dictadura y donde, como es natural, sobreviven sus plagas asociadas”, como por ejemplo: “una cultura en la cual priman los componentes individualistas y adquisitivos por sobre los componentes asociativos y expresivos” (2002: 9), el viaje que emprende la hablante, el dar a luz un hijo – le permitirá establecer un nuevo orden, distinto al dictatorial, donde la idea de comunidad pueda ser fundante de su proyecto poético y político.

Sin título, Antar Fernández

 

            Es necesario destacar el estrecho vínculo de la autora con la cultura chilota, lugar del que es oriunda, ya que, nuevamente expresa una dicotomía – Chile continental/Chile insular, es decir, el continente entendido como masculino, y la isla, femenina. Su lugar de origen le otorga un sentido de pertenencia y de seguridad, el resguardo para los hijos y la familia que se feminiza.

            En el texto “el continente” refleja por un lado, la dictadura (“Se deja el continente”, título del primer capítulo), eso de lo que se quiere huir y “el archipiélago” la tradición cultural chilota. A partir de este capítulo los poemas llevan por título topónimos de Chiloé, la isla como metáfora de un vientre protector, que resguarda a los hijos, y los gesta antes de aparecer en el mundo social (su proyección). La figura materna toma múltiples formas (isla, vientre, barco, nido, etc.) y la posición de la mujer se asocia a la de su condición reproductora, la de un espacio cerrado, el ámbito de lo privado, lo interior, lugar de protección. De la misma forma, la temporalidad en Hijos, es la del tiempo de gestación de estos, que caracterizaría la estructura de un tiempo subjetivo.

 

Ningún lugar es tan bueno como éste

Donde el rencor es un barco a la deriva.

Serás deslumbrante, ahíto de historias;

Un viviente que paseará por las islas

La alegría que hemos bordado trabajosamente

A pesar de los depredadores (25).

 

            Los esquemas de percepción de esta madre/sujeto-poético están determinados textualmente por una organización propia de la heteronorma. Esto implica reconocer en la escritura, a una mujer/poeta que ejerce resistencia hacia ese orden, revela que asocia lo masculino constantemente con la figura de sujetos dominadores: el padre, que en gran medida es un sujeto ausente, aparece como un sujeto que guía y controla a la mujer. 

            La comunidad sólo se asegura mediante la maternidad o feminización de la realidad. Más allá de este espacio, en nada se garantiza la posibilidad de reconstrucción de una identidad tradicional y local difuminada por la modernización económica. Ese otro espacio, el de lo público, de dominio masculino, es siempre visto negativamente como, por ejemplo, en la imagen de “los depredadores” que están fuera del núcleo de protección materno y que puede representar una alusión a la historia de Chiloé: las invasiones constantes al territorio (marineros, piratas, los mismos conquistadores y más tarde los colonos). 

            La complejidad de la experiencia materna sumada la migración, va develando una visión de las cosas propia de su condición. Ser madre, el dar a luz, provocan en ésta angustia y temor, puesto que ese espacio simboliza el lugar del dominio masculino.

 

En el sueño

mi hijo se cruza con carapintadas

que allanan poblaciones.

Reconozco sus arcos y flechas infantiles

Y lloro encogida 

Mirando el blando cuerpo

Lloverse, recibir el embate del odio

Tan desprotegido de mí (35).

 

            En la pesadilla, la madre revive su experiencia y el temor de que vuelva a repetirse la dictadura en Chile. Su cuerpo contenedor de la experiencia histórica se entrega a la labor de madre como al oficio de la escritura; el hijo ya nacido, es decir “desprotegido” se vuelve una potencial víctima de la violencia. Los “carapintadas” o militares represores, se representan también como niños o hijos. 

            La proyección de la maternidad o feminización de la realidad cultural, la llevan a construir una imagen de sí misma como la de “madre patria” y a vincular a los hijos con los ciudadanos. Aquí la madre adquiere el sentido de patria, en tanto expresa deseos o sentimientos de unidad entre todos los habitantes del territorio geográfico: “Hermoso se ve trepando dolor arriba. / Y quién lo amará tanto, / A él que aprende a transitar este país (37).

            Vincula la experiencia histórica con el crecimiento de los hijos y la pertenencia de éstos a la cultura nacional por medio de referentes locales:

 

Ellos no saben de agresión todavía

Y yo deberé ahuyentar a los jotes que los rondan.

Cada pedrada, degradándome.

Tantos ojitos lastimeros posados

Sobre los negros cadáveres.

Después, serán jueces implacables (39). 

 

            En estos hijos, al igual que en su producción poética, vierte las esperanzas –pese al temor que le produce el recuerdo del pasado–, en la reconstrucción de la unidad nacional (“Después, serán jueces implacables”). Reconoce que el crecimiento de estos hijos depende en gran medida del cuidado materno, de la forma en que lleva a cabo su proyecto. Lo que está fuera de lo femenino o ámbito del poder masculino y que refleja su visión consciente en torno a la realidad político-social, la atormenta: “Esperaba que los demonios dejaran / de horadar mi corazón” (41). Su rechazo hacia la dictadura y sus efectos, como también,  el reconocimiento de que no podrá olvidar, pero por otro lado, la confianza en el proyecto de la maternidad, la hacen confiar en que la “reconciliación nacional” sólo podrá realizarse mediante el cambio generacional:

 

Mientras me deshago.

Tú serás, después del fin,

El esperado.

La necesaria voluntad.

Ese resquicio que me reconcilia con los que odio.

Tú serás.

Estás equipado con lo luminoso (52).

 

            Este hijo “luminoso” se vincula con la “racionalidad”, propia del sujeto masculino, tal como “el padre antes de ti”, de quien hereda la posibilidad de participar en el ámbito de lo político y social; el padre, es “quien colgó el sol sobre la que sería tu cama/para que siempre lo tuvieras al alcance de tus ojos” (57), simbolizando la posibilidad de reproducir el poder político, dado que podrá intervenir en la historia del país fragmentado. De todas formas “la imagen que perdura / es una mujer llorosa / rodeada de hilos que se cortan” (57). Frente a esta situación, se pregunta, “¿Saldremos indemnes?” o si será necesario “Repoblar, establecer otro orden / En los pueblos miserables” (59). Estos se diferencian “del continente” o espacio de la modernidad que “a lo lejos estalla” “en numerosos goces”. Los “pueblos miserables”, empobrecidos, comienzan a “soñar” esos “sueños ajenos”, por lo tanto, viviendo un proceso de transformación que observa negativamente. Su responsabilidad implica traspasar mediante la maternidad esos valores, en alusión a su idea de nación.

            Esta labor implica mostrar sus signos, sus símbolos, los referentes obligados que configuran una idea de nación. En este sentido, la “madre patria” liga al hijo/ciudadano con vínculos históricos y afectivos: “Esparcido por doquiera que voltees la mirada / habrás de hallar mi amor / empeñado en sostenerse con tu bandera al tope” (61). La bandera, será la imagen de la “hija estrellada / luminosa dirección de tantos sobrevivientes” (1991: 61), definiendo diferenciadamente la participación de los hijos en el proyecto de “reunificación”, “reconciliación” nacional o restablecimiento de la tradición. 

El hijo, agente político, sujeto racional y productor, se confronta con la imagen de la hija, ligada a los símbolos “patrios” que se encuentran en la bandera, reproductora y objetivada, limitada a su condición de potencial madre. “Luminosa dirección de tantos sobrevivientes” (1991: 61), en tanto se refleja en el “hijo luminoso” o figura masculina. Hija que es contenedora de la tradición patriarcal a partir de su corporalidad instrumentalizada (un símbolo): será la madre de los que vendrán.

            La situación de la realidad nacional, “lo transitorio” e incierto del panorama posdictadura, implica estar a la deriva, o más bien en un proceso de readecuación (“En una embarcación, subo mis penas), que implica “dar vuelta el timón”, para intentar transformar la historia. En la medida en que esto constituye un proyecto (“Para que siga el rumbo prefijado”), todo parece aún incierto y el futuro impredecible (“hasta encallar, no sabemos dónde”).

            La madre entregará al hijo emblemas que le permitan conocer los aspectos básicos de la tradición, el relato de su herencia cultural: 

 

Navajuelas machos y hembras, 

cangrejos, cochayuyos, hasta piedras

guardaré

Para contarte de la isla,

Cómo era antes de los depredadores (65).

 

            O del país antes de la división que provocó la dictadura militar. Los resabios de aquel período que afectó a todas las familias o comunidades llevan a la autora a dar cuenta en el capítulo “Islas desertores y más abajo”, de individuos que participaron activamente en el proyecto modernizador de la dictadura. Como se refleja en: “se volvió el hijo contra los mayores. / Del pueblo llegó extraño/Avergonzado del fogón y las siembras” (70). Un hijo que reniega de su tradición cultural, convertido en un “extranjero”, un sujeto sin tierra, sin patria, en la medida que se ha alejado de los valores de su tradición. En este punto, apelará casi explícitamente a la figura de Pinochet: un niño inclinado desde la infancia a la maldad. La visión del “tirano” que construye es determinista, la de un sujeto poseedor del “germen del mal”: “El tirano gatea babeando sobre sus juguetes / Mientras prepara los zarpazos / Que habrá de dar a sus hermanos”. La visión (des)humanizada del dictador, es la de un sujeto que atenta contra los valores que la madre inculca a los hijos. Si bien se ubica en el contexto de la patria / familia su maldad innata lo lleva a distanciarse del resto de la comunidad (Maravillado con el filo del cuchillo […] / El tirano demuele las paredes de su casa”). O bien, la patria, sobre la que ejerce arbitrariamente el poder:

 

El tirano 

Tiene hijos 

Que gatean

Se ponen de pie

Dejan sus guaridas

Y no mueren.

Siguen presentes en cada espacio

Donde destilaron sus palabras (71).

 

            Esta visión determinista de la naturaleza humana, se torna confusa, en tanto el hijo varón estaría relacionado con la visión negativa que posee sobre los sujetos masculinos. Las caracterizaciones recurrentes para nombrarlos son: invasores, depredadores, carapintadas, tirano. Esta subjetividad también expresa el riesgo del fracaso del proyecto de la maternidad, dadas las características de los hombres y que representa mediante la posibilidad de la muerte de los hijos varones. El miedo es colectivo, compartido por todas las madres de la comunidad, donde se expresa una compasión cristiana ante el dolor de la madre que pierde a un hijo:

 

Sin hijos bajo sus ojos

Quisiéramos las madres

Ofrecerles un trozo de pañal

Para vendar sus muñones o un arca

Donde recoger sus restos alados (73).

 

            Este último poema del texto no posee como título un topónimo de Chiloé. A mi juicio, esta apertura devela dos aspectos: 

            1. Amplía el alcance de una idea de comunidad más allá de las fronteras locales e incluso nacionales. 

            2. Devela que el fin del viaje migratorio y la maternidad no es garantía para su proyecto político, ya que no puede asegurar la transformación social. Sin embargo, la autora devela —consciente o inconscientemente— que los referentes de la heteronorma son en gran medida los responsables del fracaso histórico y de la cultura.

            Retomando la idea de la maternidad migrante en el Chile actual, surgen nuevas preguntas que el poemario Hijos me ha despertado: ¿Cuál es la palabra de las mujeres migrantes frente a la nueva realidad? ¿Cómo enfrentan la maternidad en un lugar otro, de costumbres e incluso un lenguaje distinto? ¿Qué tipo de comunidad podemos construir en la diversidad? Rosabetty Muñoz, con la potencia creativa que la caracteriza, adelantó estas preguntas que dan cuenta de los alcances de las políticas no sólo nacionales, sino también en Latinoamérica.  

 

 

 

 

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