ADRIANA VALDÉS: DISCURSO DE RECIBIMIENTO
Verónica Zondek en la Academia Chilena de la Lengua
Discurso de recepción
Señor Secretario de la Academia Chilena de la Lengua,
Señores académicos correspondientes,
Señor Rector de la Universidad Austral de Chile,
Autoridades presentes,
Señoras y señores:
Sean mis primeras palabras una celebración de la presencia de ustedes en este acto de nuestra Academia, presidido por don José Luis Samaniego, Secretario de la Corporación, en representación de nuestro Director. Nos llena de gozo que se sienten hoy a la mesa con nosotros nuestros académicos correspondientes don Erwin Haverbeck, don Claudio Wagner, don Sergio Mansilla y doña Rosabetty Muñoz, a quienes nombro por orden de la antigüedad de su nombramiento. Pocas veces tenemos ocasiones de reunirnos en torno a un acontecimiento tan propicio, tan esperanzador y vitalizante como este, en que la Academia recibe en su seno a una figura cultural de Valdivia como es Verónica Zondek.
Celebramos especialmente la presencia de don Óscar Galindo, Rector de la Universidad Austral de Chile y destacadísimo cultor de las letras y las humanidades. Agradecemos el realce que su generosa hospitalidad le ha dado a nuestro encuentro, así como las tareas de todo el equipo de la Universidad que ha contribuido a su exitosa realización. Es un honor para nuestra Academia contar con el auspicio de la Universidad para la realización de este acto en la bella ciudad de Valdivia.
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Yo imagino a Verónica Zondek en el auditorio de Medellín, en 2010, leyendo sus poemas a esas cantidades de gente; la imagino en su palabra abierta, extendida, rítmica, con eso que no es metro, que es un ritmo que se va estableciendo por ondas, por olas, por energía pura que va armando su cauce propio. La imagino en un escenario latinoamericano, y no solo nacional, porque allí se lee aún mejor su poesía, y porque en ella se escuchan tantas voces latinoamericanas, empezando por César Vallejo.
Imagino y escucho su voz poética, esa existencia paralela a la suya propia, que se ha ido haciendo y diversificando a lo largo de los años, testimonio a la vez de una intimidad y de una vocación de abrirse, de comunicar, de descubrir, de compartir. La imagino cosmopolita, lectora, traductora, comunicadora, articuladora.
La imagino un lujo para nuestra Academia Chilena de la Lengua. La recuerdo también, leyendo aquí, en Valdivia, con Sergio Mansilla, con Manuel Silva, con Floridor Pérez. Siempre la había admirado personalmente por su poesía, pero entonces - le consta - su lectura me deslumbró. Es un honor para mí ser quien tome la palabra para recibirla con júbilo como miembro correspondiente por Valdivia. La Academia, junto con agradecerle su cercanía y su colaboración en nuestro proyecto de Poesía chilena viva, espera mucho de ella, necesita mucho de ella.
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Muchos de los aquí presentes conocen bien su trayectoria, y habrán de perdonarme una reseña breve, que quede no sólo en nuestras memorias sino en los anales de la Academia Chilena de la Lengua y del Instituto de Chile, las instituciones a las que hoy se incorpora.
Verónica Zondek nació en Santiago, de una familia que conoció en Europa la persecución. En uno de sus libros encuentro: "Tanto esfuerzo, Adolf / y mis hijos siguen punzantes de genética en el tobillo/ marcado el pelo rubio el ojo azul/ y lo ven todo igual a aquellos". Ni este ni otro origen la definen, sin embargo: "soy fanática hacedora de mi propia sombra", reza otro verso suyo. La poesía es un hacerse, rehacerse, irrumpir. Y cuando escribe "En mi palabra/ tu llaga”, nosotros lectores vemos no sólo una llaga de la historia, sino muchas, y otras más cercanas en el tiempo y más cercanas también en la geografía. Como bien apunta la poeta Damaris Calderón, “descendiente de judíos alemanes-polacos, habiendo residido una larga estancia en Israel y otra larga en su país natal, con desplazamientos varios a numerosos países, su poesía da cuenta del nomadismo y de la intersección de referentes culturales, de un desplazamiento que se asume como condición existencial."
El desplazamiento es acompañado constantemente por la voz poética. Su primer libro de poemas, Entrecielo y entrelínea, es de 1984; el último, Fuego frío, de hace apenas dos años. Entre ellos, catorce otros títulos, entre los que anoto sólo algunos aquí: El hueso de la memoria (1988, reeditado varias veces), Vagido (1990, también reeditado), Membranza (recopilación, 1995), El libro de los valles (2003), Por gracia del hombre (2008), La ciudad que habito (2012), Nomeolvides, flores para la ignominia (2014), Sedimentos (recopilación, 2015).
"La intersección de referentes culturales", pienso yo, se aprecia mucho, también, en su labor como traductora de poesía. Gracias a ella, circulan en Chile versiones de poemas de Anne Sexton, June Jordan, Gottfried Benn, Derek Walcott y, la última, de Anne Carson: Red Doc, publicada el año pasado en México por ediciones Trilce, impecable, hay que decirlo, y que nos trae una de las autoras más sorprendentes y apreciadas por los conocedores de la literatura mundial, hasta ahora disponible sólo en traducciones la marginaban de una recepción adecuada en América Latina. Notable trabajo, al que aludo al pasar para concentrarme luego en la poesía propia de Verónica Zondek, pero que deja de manifiesto a la vez sus capacidades, su profundo dominio de la lengua, su sentido poético y su apertura a las corrientes más interesantes de la escritura en el mundo. Traducciones como esas dejan al medio chileno en deuda con ella.
Por último, algo que no es menor: Verónica Zondek es una infatigable organizadora de encuentros literarios, lo que nos habla de su vocación por sumar las voces, por celebrarlas, por darles un entorno que favorezca la creatividad y la acogida para todos, especialmente los más osados y los más jóvenes. No puedo dejar de recordar su trabajo cuando pienso en Poesía chilena viva, este proyecto de la Academia Chilena de la Lengua que ha dado ya fruto en la primera Antología y que, esperamos, seguirá en los años por venir, también con ella.
Es también, junto a la uruguaya Silvia Guerra, editora de materiales sobre Gabriela Mistral que, en el decir de Grinor Rojo, "han hecho un servicio público, sin duda, rescatando un material inédito en gran medida, al contrario de tantas publicaciones que fríen y refríen lo ya conocido y trajinado." Y su edición de la poesía reunida de Gabriela Mistral (Mi culpa fue la palabra, 2015) propone un nuevo ordenamiento, una lectura nueva y posible, que ilumina aspectos que suelen no ser los más destacados por la crítica habitual.
Los méritos de la trayectoria cultural de Verónica Zondek han sido reconocidos por varias becas del Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura, y del Fondo Nacional de las Artes, ambos de Chile. En Alberta, Canada, obtuvo una beca de pasantía y residencia otorgada por el Banff International Literary Translation Centre, además de la beca CONARTE de la Municipalidad de Valdivia. Sus poemas están recogidos en numerosas antologías y revistas, aparte de en los libros antes señalados y los otros. Esperamos que esta incorporación como Miembro correspondiente por Valdivia de la Academia Chilena de la Lengua se añada a esta lista de honores y anuncie los que han de venir en el futuro.
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Esta es la reseña, para la memoria institucional y para la nuestra. Vuelvo ahora a su poesía, sigo imaginándomela, ajustando mis capacidades y mi instrumental para acercarme a ella e ir compartiendo cómo es la experiencia mía de su lectura.
Digo "la experiencia mía", pues si hay algo que he aprendido a lo largo de mis ya muchos años es que un poema es un artefacto que trabaja con el sentido, y que, en las ya antiguas palabras de Roland Barthes, "tiene sentido pero no un sentido". Es decir, es capaz, el poema, ese artefacto, de generar en cada lector una experiencia distinta. La propuesta del poema es una estructura donde jueguen posibilidades múltiples de sentido. No cualesquiera posibilidades: no se trata de una pila de "asociaciones erráticas", como las llamaba Alfonso Reyes; se trata de seguir los tramos de un viaje propuesto. Pero cada lector hace ese viaje como puede, y va asociando los lugares a su propia manera.
Tengo delante dos de sus libros, pues no me da el espacio para más: uno de sus comienzos, Hueso de la memoria, de 1988, y el más reciente, Fuego frío. En el primero admiro una rigurosa economía de palabras, pocas palabras, muy cargadas. Es un poemario en que el tono cercano y personal se hace cargo de las experiencias históricas más recientes, las de su generación: los desaparecidos, los hechos de Calama, por ejemplo. Hay también otros signos de los tiempos aquellos, en la escritura misma. El hueso de la memoria no recuerda sólo los hechos históricos, recuerda también las formas de escribir de esos hechos treinta años atrás: aparecen las metáforas de "la llaga", la de "las suturas", algún eco del futuro como "sin pena en el miedo"; aparecen las frases enteras en mayúsculas, como en Raúl Zurita o en Elvira Hernández. Ahí terminan las semejanzas y parentescos, creo yo, con la escritura de una época tan traumática que me pillo de repente apartando la mirada, como incapaz de hacerle frente, o, como tantos en Chile, eludiendo el hueso de la memoria.
Valoro el libro, registro, testimonio, testigo y sobre todo una escritura que da cuenta de las condiciones políticas en las que fue escrita. Lo valoro también porque el lenguaje no es vehículo de una experiencia anterior, el lenguaje es en sí mismo una experiencia, un descubrimiento que se produce, del que la palabra es a la vez condición de posibilidad (de ese conocimiento) y también su huella. Permítanme citar unos brevísimos versos de este libro.
La intención se desmiga
Fundo la palabra
HIERVE LA PALABRA
la palabra
la que obstruye el oído
la que se encostra
la que irrumpe
la sin batalla
En esa palabra que va más allá de la intención se desarrolla la voz poética de Verónica Zondek. En ese sentido es que veo en ella una fuerza a la vez poética y política de gran potencia.
Sin título, Antar Fernández
Si vamos a Fuego frío, encontraremos esa voz poética más fuerte que nunca, y a la vez distinta. Me hace recordar la impresión que sentí aquí en Valdivia, hace pocos años, al oírla leer poemas similares, tal vez alguno de estos mismos. Su voz se va haciendo sentir en ráfagas (escribí primero olas, pero no, en este libro son ráfagas de viento). Sus efectos poéticos se van produciendo por acumulación, por reiteración con variaciones, por temas y variaciones, como en la música. La primera vez que se oyen van abriéndose camino en la mente del lector, y luego se van imponiendo con cada vez más fuerza. Encontramos aquí una infinita extrañeza, extrañeza de paisaje, extrañeza respecto de los lugares comunes del sentimiento, como por ejemplo el materno: nos reconocemos apenas, un mundo harto más feroz que el cotidiano. Un mundo vibrante, que sin necesidad de recurrir a dimensiones religiosas o místicas recupera el misterio, el peligro de la existencia humana. Más que bello es sublime, en la definición más clásica de Burke: aquello que nos excede, y por eso nos espanta un poco. Un jardín puede ser bello; pero la naturaleza desatada, la que nos excede y nos lleva y nos arrastra sin contenernos, esa naturaleza asombrosa puede ser sublime. Naturaleza externa, la del viento, naturaleza igualmente superior a la propia conciencia, aunque sea una naturaleza de la experiencia humana de un sujeto.
Entonces, a Verónica Zondek la imagino y la escucho no sólo desde una idea de la poesía lírico-subjetiva, sino también desde la poesía que se abre una vez más a los cauces de la historia (las historias) y a la geografía (las geografías), y en la que la expresión de un hablante personal se complejiza, se profundiza hasta la extrañeza, "desautomatiza la percepción" de la experiencia , como decía aquel "formalista" ruso de años atrás.
Es la suya una poesía potente, que tendrá un lugar propio e inconfundible en la poesía chilena de nuestros tiempos. Si hubiera que decir qué la distingue especialmente, es primero un especial sentido de la lengua, del que creo nos va a hablar; luego, una poesía que es nómade por la amplitud de sus referencias culturales, y a la vez está situada, por su atención a la circunstancias históricas y políticas en que vive; y, por último, una vastedad de la mirada que recorre paisajes externos e internos dándole al adjetivo "telúrico" un sentido sorprendente, trascendente, conmovedor -- y muy suyo.
La he oído decir a ella cosas muy lúcidas sobre la poesía de la posdictadura. "La poesía resiste y hace un camino silencioso, repta como las serpientes, sisea como las serpientes y escucha quien quiere o puede escuchar. Ese, a fin de cuentas, parece ser el camino verdadero y único de la poesía, y de ahí su fuerza y poder de encantamiento, por lo que a pesar de todo lo que podamos decir de la crítica, de las editoriales o las publicaciones y del sistema de becas y financiamientos estatales hasta ahora, la poesía late su vida animal a pesar de todo. Su camino sigiloso es imposible de aplastar y va adquiriendo adeptos borrachos a lo largo de sus huellas marcadas en el desierto, los hace cruzar ciudades y mirar, conocer, observar, sentirse otros, poderosos, vivos. Testigos fieles de sí mismos y del entorno. Libres."
Señoras, señores:
Déjenme terminar esta presentación de Verónica Zondek en términos de nuestra esperanza, al incorporarla hoy como miembro correspondiente por Valdivia de la Academia Chilena de la Lengua. Me he referido, aunque insuficientemente por el límite de tiempo, a los méritos de su poesía. Queremos contar con su voz, en este aspecto tan sabia, y con su consejo. Queremos contar con la apertura de su mente, con su capacidad para abrirse, como lo hace en la traducción literaria, a universos poéticos que todavía recién están en el horizonte en nuestras propias prácticas. Y queremos contar con su capacidad para aunar voluntades, para crear vínculos, para generar acontecimientos en que cultura y poesía se celebran y se transforman en una fiesta y un descubrimiento para comunidades enteras. En sus palabras: en algo que "nos conmueve profundamente, nos transforma y logra que nos conectemos con nosotros mismos y los otros, confirmándonos que la vida puede más que la muerte y que además no estamos del todo solos". Muchas gracias.
Adriana Valdés Budge
Vicedirectora
Academia Chilena de la Lengua
Valdivia, 11 de mayo del 2018