POESÍA TEMPRANA DE SERGIO MANSILLA
Ánimas errantes
Al caer la tarde, una multitud de muertos
vuelven a sus casas,
buscan sus tierras y sus hogares
que la memoria les recuerda.
Vuelven, y a cada paso queda
un espacio íntimo vacío
que llenan las estrellas
con brillantes luciérnagas rojo-violetas.
Multitudes de sombras andan
en la noche por los campos
y su paso hace andar los molinos a agua
y quejarse los árboles, como agonizantes
abandonados en hondonadas remotas.
Llegan al umbral de sus casas
y ven la humilde cocina iluminada
por dos toscos chonchones de grasa de lobo marino.
Sus casas están cerradas, como durmiendo,
y alzan la mano para llamar a la puerta.
Al llamado, sale un niño a abrir;
mas, aunque mira atentamente,
no ve a nadie: sólo distingue vagamente
un paisaje solitario donde apenas
se escucha el lejano canto de las aves nocturnas.
Vivimos como locos y hemos perdido el tiempo.
Gonzalo Rojas
Vuelvo a cerrar los ojos, y ahora veo un hombre emponchado que camina de la tierra hacia el mar y una mujer arrebozada con un chal que camina del mar hacia la tierra. No se ven árboles, no se ve un cerro, no se ve una costa; no se ven sino ellos en la tarde de los amantes. Y en el límite del mar y en el límite de la tierra se encuentran y entonces son UNO: UNO que estalla hacia dentro de sí mismo como un relámpago que se enciende para no apagarse jamás. Se han terminado los viajes más tristes; se han terminado los vientos que arrastraban los sueños. UNO, antes del tiempo de un país en flor.
Hay que remar hacia atrás, hacia la fuente,
hay que remar siglos arriba, más allá de la infancia,
más allá del comienzo, más allá de las aguas del bautismo.
Octavio Paz
Sueño con la nueva tierra
Sueño con la nueva tierra.
Esa nueva tierra que no está en los mapas,
que no aparece en el itinerario
de los trenes,
que no figura su nombre en ninguna
escritura pública.
La nueva tierra
por donde he corrido más que el viento
hacia la noche alanceada por los espíritus.
El lamento de estas ovejas muertas
me derrumba:
caigo como un manzano
abatido a hachazos.
Ardiente tierra que hierve bajo los pies.
Pero está en todas partes
la nueva tierra. El campesino la perdió
y el ciudadano la olvidó.
La nueva tierra bajo los pehuenes,
los coihues y los raulíes,
aquella que llora por sus hijos,
muertos en los combates.
Sueño con la nueva tierra:
cierro los ojos
y un caballo blanco relincha en medio
de un bosque que no tiene árboles.