Ana Traverso

Discusión del concepto de poesía lárica

Resumen

Discutir la noción de poesía lárica es discutir la poesía de Teillier y los fundamentos que éste planteó para interpretar un momento de la poesía chilena en el siglo XX. Pero más allá del problema canónico al que nos enfrentamos, este artículo describe los fundamentos de la visión 'lárica' de la historia y la modernidad que esta poesía desarrolla.

I

Los antologadores e historiadores de la poesía chilena contemporánea han incluido entre sus clasificaciones la noción de “poesía lárica” para referirse a un momento de la poesía de mediados del siglo XX, que surge con Jorge Teillier (1935-1996) y que agrupa a autores como Efraín Barquero, Rolando Cárdenas, Jaime Quezada y Omar Lara, entre otros.

De dicha “tendencia poética”, Teillier habría sido su exponente más representativo —su “fundador”, su “promotor”, “uno de los impulsores”—, lo que supone la existencia fáctica de un movimiento y que, para algunos de los críticos, existiría con anterioridad al momento en que Teillier escribe “Los poetas de los lares” (1965). En otras palabras, “Los poetas de los lares” describe y sistematiza teóricamente lo que ya era una realidad, o mejor, constituye una suerte de “manifiesto” de esta “agrupación lárica”.

En cuanto a sus seguidores, no existe una opinión homogénea ni suficientemente explícita por parte de la crítica. Muchos coinciden en la incorporación de Barquero, Cárdenas o Lara. Otros han estudiado particularmente las relaciones entre el “larismo” de Quezada y el de Teillier. Se destaca Federico Schopf en el prólogo a la Poesía chilena de hoy de Erwin Díaz (1988) por un mayor grado de precisión al identificar a los integrantes láricos:

Muchos son los cultores de la poesía lárica: Altenor Guerrero, Pablo Guíñez, Rolando Cárdenas —poeta de la zona austral—; más adelante; Jaime Quezada, Enrique Volpe (que rescata desde el Nuevo Mundo los ocultos lares de la tierra padana), Enrique Valdés, autor de dos poemas memorables, Omar Lara, etc., etc. (Schopf: 1988).

Sin embargo, la lectura del ensayo “Los poetas de los lares” deja en claro que esta denominación es creación exclusiva de Teillier, que no existía un movimiento poético bajo ese nombre y que fue un acierto nominal con el que Teillier caracterizó “arbitrariamente” cierta tendencia de la poesía chilena del momento. “Arbitrario” ─según el propio autor─ porque omite poetas importantes dado que su intención no era sistematizar un momento de la historia de la lírica chilena (con todos sus matices y diferencias) sino describir una nueva tendencia poética que incluiría nombres muy disímiles. De la amplia variedad de autores que conforman la poesía chilena, Teillier “elige” a aquellos que hacen una “poesía de los lares”. Los escritores que menciona no se habrían puesto de acuerdo al trabajar esta temática y, por tanto, sería forzado hablar de un movimiento poético. Por lo demás, dichos autores resulta difícil imaginárselos compartiendo la misma escuela literaria 1 .

Reconocemos, para empezar, que este trabajo será tal vez arbitrario para la mayoría de los escasísimos conocedores e interesados en el desarrollo de la poesía nacional. Pero nuestro objetivo no es el de hacer un inventario de poetas (inventarios a los cuales son tan adictos nuestros críticos y estudiosos armados cada uno con sus respectivos ficheros) sino el de elegir entre muchos valiosos y distintos poetas a aquellos que sin ponerse de acuerdo entre sí han dado una línea característica a la poesía chilena nueva de los últimos años, la que podríamos calificar como “poesía de los lares”. Por esto, de antemano señalamos la omisión de varios nombres de indudable interés en cualquier ensayo sobre poesía nueva, pero situados en otros puntos del quehacer poético, y por lo tanto, alejados del sentido de este trabajo (1965).

Así, desde la mirada particular de Teillier, muchos poetas de ese entonces comenzaban a escribir acerca de su tradición cultural o abandonaban sus antiguos proyectos poéticos para volcarse a una escritura cercana a lo propio. ¿Cuál es la razón de esta sincronía poética? Para Teillier, el “rechazo a veces inconsciente a las ciudades, estas megápolis que desalojan el mundo natural y van aislando al hombre del seno de su verdadero mundo”. Los ejemplos que presenta Teillier para justificar dicha tesis dan cuenta, como él mismo lo señala, que se trataba de un fenómeno lo suficientemente amplio y general como para integrar a poetas de muy distinta procedencia literaria. Es más, cabría preguntarse por qué este rechazo a las ciudades se da precisamente en la década en que escribe Teillier y no en cualquier otro momento de la modernidad.

Por cierto no es nuestra intención rebatir las propuestas de Teillier. Más bien, nos parece necesario esclarecerlas previamente, pues ─como se ha dicho─ ha habido un uso extremadamente confiado del término que no sólo lo legitima sino que además tergiversa el objetivo del ensayo en la medida en que presenta a los “poetas de los lares” como un grupo constituido y seguidor de la poesía de Teillier. Así, lo “lárico” ha venido a ser un sinónimo de “teillieriano”, vale decir, relativo a la poesía de Teillier y será “lárico” aquel que tenga entre sus textos alguno acerca de los trenes o la lluvia, por ejemplo.

En fin, con el tiempo, lo “lárico” se ha reducido a la poesía de Teillier (o a la de poetas cercanos en imágenes y disposición emotiva), lo que lleva a pensar que tal vez el acierto nominal fue precisamente porque logró caracterizar su propia poesía y justificarla en momentos en que era rechazada por parte de la crítica marxista por evasiva y reaccionaria. Como todo autor joven que desea definirse en relación a la literatura que lo precede y envuelve, Teillier escribió a los 30 años un texto en que establecía los vínculos y las cisuras entre su poesía y la tradición.

Nos parece que independientemente de las reales motivaciones de Teillier respecto de su ensayo ─difícil saber si pretendía contribuir al conocimiento crítico de la poesía chilena, defenderse de la crítica marxista o hacer una lectura de su obra─, lo cierto es que éste como caracterización de un momento de la poesía chilena no ha dado demasiados frutos; en cambio ha sido un material fundamental para estudiar su obra y definir

II

Como lo ha señalado Niall Binns en su libro La poesía de Jorge Teillier: la tragedia de los lares (2001), Teillier hace expresa la relación contradictoria entre tradición y ruptura, tan propia de la poesía moderna como lo señalara Octavio Paz en Los hijos del limo (1974) y antes Hugo Friedrich en La estructura de la lírica moderna (1956). Así, junto con valorar la importancia que esta poesía le da a la tradición y a la cultura literaria nacional —sin pretender ser “original” en esta recuperación de los “clásicos”—, Teillier destaca el carácter “novedoso” de esta inclinación tradicionalista.

Al hablar de poesía “nueva” no está pensando en la poesía “joven”. Sus criterios no son generacionales y es por ello que cabe incluir en esta “nueva poesía” a Braulio Arenas, Teófilo Cid, Gonzalo Rojas o Nicanor Parra, así como a Efraín Barquero o a cualquiera que se acerque temáticamente a la problemática de los lares, más allá de su pasado poético. La poesía de los lares es ante todo una respuesta al “desarraigo” de algunos de los escritores de su generación.

Teillier se manifestó en reiteradas oportunidades sumamente crítico hacia algunos de los miembros de esta “generación”. Participó en la discusión sobre la “crisis de la novela chilena actual” que denunciaba las limitaciones de la narrativa de estos escritores frente a sus contemporáneos latinoamericanos 2 . Las críticas de Teillier no apuntaron al talento o a la calidad literaria de sus representantes, sino a su comportamiento ético (síntoma de las debilidades de la clase social pequeño burguesa a la que pertenecían). Los escritores del 50’ —a juicio de Teillier— renegaban de su historia y su tradición cultural (por ignorancia e incapacidad para visualizarla), optando por el “desarraigo”, el viaje a Europa sin tener previamente una base cultural sólida y la asimilación de realidades foráneas no vivenciadas.

En Chile, alguna vez me adscribí a un cierto sentido de la poesía que yo mismo llamé “lárica” (ver Boletín de la Universidad de Chile, número 56, 1965, mi trabajo “Los poetas de los lares”), y en donde están, entre otros, Efraín Barquero y Rolando Cárdenas, para citar sólo a mis coetáneos. A través de la poesía de los lares yo sostenía una postulación por un “tiempo de arraigo”, en contraposición a la moda imperante e impuesta por ese tiempo, por un grupo ya superado, el de la llamada generación del 50, compuesto por algunos escritores más o menos talentosos, por lo menos en el sentido de la ubicación burocrática, el conseguir privilegios políticos, el iniciar empresas comerciales, representantes de una pequeña burguesía o burguesía venida a menos. Ellos postulaban el éxodo y el cosmopolitismo llevados por su desarraigo, su falta de sentido histórico, su egoísmo pequeño burgués. De allí ha nacido una literatura que tuvo su momento de auge por la propaganda y autopropaganda, pero que por frívola y falta de contacto con la tierra, por pertenecer al oscuro mundo de la desesperanza ha caducado en pocos años. La pretendida crisis de la novela chilena no es, tal vez, sino crisis de la inautenticidad, de renuncia a las raíces, incluso a las de nuestra tradición literaria, por pobre que sea (1968-1969).

Es contra esta postura que surge “la poesía de los lares”; como una forma de afirmar la historia y la tradición literaria chilena. En eso reside su “novedad” y ruptura. La propuesta de Teillier consiste en ajustar la mirada a la “verdadera realidad” o “realismo secreto”: el ámbito propio que muchas veces se torna invisible a nuestros ojos.

Un primer hecho que estableceremos es el de que los “poetas de los lares” vuelven a integrarse al paisaje, a hacer la descripción del ambiente que los rodea. Se empiezan a recuperar los sentidos, que se iban perdiendo en estos últimos años, ahogados por la hojarasca de una poesía no nacida espontáneamente, por el contacto del hombre con el mundo, sino resultante de una experiencia meramente literaria, confeccionada sobre la medida de otra poesía (1965).

¿Por qué habla de una poesía de los “lares”? Los “lares” son, como se sabe, los “dioses romanos (...) encargados particularmente de velar en las encrucijadas y los recintos domésticos” 3 . Los romanos creían en la vida de ultratumba y pensaban que los lares (o “los amos”) pasaban a ser espíritus tutelares o protectores de la casa y de la familia. “El nombre de lares se aplicaba a los espíritus bienhechores” 4 . Metonímicamente, los “lares” en su sentido original, como dioses tutelares, han cedido el lugar al “hogar”.

Como lo dice Teillier en el artículo, recoge el término “lárico” de una carta que R. M. Rilke envió a Witold Hulewicz el 13 de noviembre de 1925:

Aún para nuestros abuelos había una “casa”, “una fuente”, una torre para ellos familiar, más aún, su propia ropa, su abrigo: infinitamente más, infinitamente más familiar; casi todas las cosas eran recipientes en que encontraban lo humano y en que ahorraban lo humano. Ahora, llegan de América vacías cosas indiferentes, pseudo cosas, trampas de la vida... Una casa, en la mente americana, una manzana o una vid americanas no tienen nada en común con la casa, la fruta, el racimo, en que habían penetrado la esperanza y el ensimismamiento de nuestros antepasados... Las cosas vividas y animadas, las cosas que comparten nuestro saber, decaen y no pueden ya ser sustituidas. Nosotros somos quizá los últimos que han conocido todavía semejantes cosas. En nosotros está la responsabilidad, no sólo de conservar su recuerdo (esto sería poco e inseguro), sino su valor humano y lárico (“Lárico” en sentido de las divinidades del hogar, los “lares”).

La cita expresa la valoración de aquellas cosas que se sustentan en una tradición cultural y que coexisten con objetos hechos en serie y, por tanto, carentes de historia, que, en este caso, se atribuyen a una cultura foránea. En este sentido, no sólo se critica la asimilación de una cultura ajena (como sucedería con los escritores del 50), sino la incorporación de una cultura negadora de la historia como es la norteamericana. El mejor ejemplo de ello es la producción en serie de los artículos de consumo, que reemplazan a los objetos familiares donde se refleja la historia de una comunidad.

III

Ante la situación constante de cambio y progreso, el hombre moderno experimenta lo vivido como irrecuperable, perdido para siempre, salvo en el recuerdo. Las transformaciones que se producen en la realidad, la permanente modernización, ocurren tan rápidamente que el presente se convierte muy prontamente en pasado y los “objetos láricos” vienen a ser vestigios de aquellos tiempos. De esta manera, conviven distintos momentos de la historia simultáneamente y estas reliquias registran y quieren desmentir el paso del tiempo. El poeta los selecciona y hace manifiesta su simultaneidad temporal. Desde este punto de vista, podría decirse que el poeta lárico no describe el pasado sino un presente en el que coexisten distintos tiempos, varios momentos de la historia.

Ejemplo de ello es, naturalmente, su poesía. “Twilight”, un poema de El cielo cae con las hojas, describe un viejo tílburi gastado y abandonado en el patio de la casa familiar: “Todavía yace bajo el manzano / el tílburi cansado de los abuelos”. Este objeto permite retrotraerse y hacer presente el tiempo de la colonización, cuando los abuelos viajaban en el coche a los pueblos recién fundados de la Frontera: “Bodas y entierros. / Una tarde entera luchando contra el barro / cuando íbamos al pueblo recién fundado”. Este tiempo no se ha perdido; se conserva en la historia del tílburi y en la memoria de la comunidad: “¿Quién recogerá las manzanas / donde aún puede vivir un sol de otra época?”.

Teillier en “Los poetas de los lares”, en “Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética” y en otros artículos, expresó su profundo malestar hacia el progreso, el temor a la tecnología y la ciencia —“que puede llevar finalmente al exterminio” (1965)—, y propuso la poesía “como refugio contra el presente” (1965) y al poeta como “el guardián del mito y de la imagen hasta que lleguen tiempos mejores” (1968-1969). Dice en “Los poetas de los lares”: “El poeta, entonces, como el artesano, deberá conservar las cosas reales, en vías de extinción, frente a esta invasión de las irreales que nos son impuestas en serie”.

Ante este rechazo por el presente cabría pensar que en el pasado están depositadas las esperanzas y por ello la crítica ha calificado su poesía como una “tragedia” (Binns) o una “fracasada ilusión” (Giordano). Nos parece, sin embargo, que la ilusión no consiste en recuperar realmente lo perdido —objetivo a todas luces imposible—, sino en ser capaz de activar la historia pasada en el presente mediante el rescate de objetos, lugares y situaciones cargados con el peso de la historia: “La historia no es un peso muerto, sino el vínculo que nos une al futuro, la afirmación de nuestra personalidad” (1970).

Teillier insistió en que la poesía lárica no es exclusiva del sur de Chile. Tampoco es natural de las provincias. No pertenece a un territorio ni lugar específico. Más bien se trata de una situación que vivencia la modernidad. El anhelo de progreso representado por las grandes ciudades contrasta con el mundo de los pequeños pueblos rurales, que tienden a ir desapareciendo por efecto de la modernización. En ellos se conservan modos de vida antigua a los cuales es sensible el poeta lárico. Pero la ciudad puede ser también una experiencia deslumbrante para la mirada lárica. Las crónicas que Teillier publicó semanalmente en Puro Chile el año 1970 o en su columna “Confieso que he bebido” de El Mercurio entre 1980 y 1982 dan testimonio del nostálgico placer en descubrir “bares antiguos” en pleno centro de la ciudad, picadas, callejuelas con historia, librerías de viejo colindantes con edificios recién construidos.

Confieso que me duele la desaparición de los bares tradicionales de mi “lugar metafísico” que es el centro de Santiago, que prefiero a los barrios modernos, así como prefiero las casas con tres patios a las Torres y los Caracoles. Bares que no son “tumbas que parecéis fuentes de soda”, como escribe Nicanor Parra, sino lugares llenos de humo y ruidos como grandes navíos, largos mesones, mesas de madera, viejos parroquianos que se conocieron allí desde la adolescencia, y adonde llegan raras veces mujeres y casi nunca niños. Lugares como eran el “Roxy” y “El Comercial”, situado precisamente al lado de este diario, y cuyo edificio fue puesto recientemente a remate. O el “Monterrey” de la Galería Antonio Varas, ocupado ahora por una oficina del Banco del Estado. Curiosamente los viejos bares desaparecen junto con las librerías de viejo (1980 a).

Continúa más abajo refiriéndose al “Bar Unión”, frecuentado por destacados escritores nacionales. La descripción del lugar le permite reconstruir la historia literaria chilena, así como los cafés, que en otro tiempo reunieron a movimientos poéticos y a generaciones literarias.

Lo mismo que el paisaje rural, el urbano presenta también distintos estratos temporales de la historia chilena. Así, en el contraste entre “fuentes de soda” y “viejos cafés” se articula nuestra historia o la de cualquier comunidad. Por eso la “poesía de los lares” no postula que el pasado fue mejor, pues constituiría un grave desconocimiento histórico pensar que el mundo estuvo alguna vez bien construido. (El regreso a la Edad de Oro, al Paraíso Perdido y convertirse en “guardián del mito”, sólo confirma que no hay nostalgia por un tiempo real). Rechaza el olvido del pasado, que se encuentra cohabitando cada rincón de nuestra experiencia cotidiana. En este sentido, y esta es otra de las propuestas láricas, la historia de una comunidad se teje a partir de vivencias cotidianas, y no en los acontecimientos institucionales que afectan sólo a ciertos segmentos de las capas dominantes de una nación.

Bibliografía

Binns, Niall. 2001. La poesía de Jorge Teillier: la tragedia de los lares. Concepción: Ediciones LAR.

Giordano, Jaime. 1966. “La poesía de Jorge Teillier”. En Carlos Cortínez y Omar Lara (eds.), Poesía Chilena (1960-1965). Valdivia: Ediciones Trilce. 114-126. También como 1987. “Jorge Teillier: en el umbral de la ilusión”. Dioses y Antidioses. Concepción: LAR.

Grimal, Pierre. 1981. Diccionario de mitología griega y romana (1951). Barcelona: Paidós.

Pérez-Rioja, José Antonio. 1988. Diccionario de símbolos y mitos (1962). Madrid: Tecnos

Schopf, Federico. 1988. “Advertencia preliminar”. Poesía chilena de hoy. 9-19.

Teillier, Jorge. 1965. “Los poetas de los lares”. Boletín de la Universidad de Chile 56: 48-54.

______. 1966. “Por un tiempo de arraigo”. El Siglo, 13 de noviembre: 15.

______. 1967. “La otra cara de la prosa. Discusión sobre la novela chilena: VII”. La Nación, 14 de mayo: 4.

______. 1968 a. “Más sobre la crisis de la novela chilena. La visión canibalesca de Ariel Dorfman”. Plan 24, 30 de abril: 19.

______. 1968 b. “Espejismos y realidades de la poesía chilena actual”. Plan 27, junio: 3.

______. 1968-1969. “Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética”. Trilce 14: 13-17. También publicado en 1970. Aisthesis 5: 279-284; en Alfonso Calderón (comp.). 1971. Antología de la poesía chilena contemporánea. Universitaria. 351-359; 1971. Muertes y Maravillas. Universitaria. 10-19.

______. 1970. “Recabarren y la otra historia”. Puro Chile, 9 de octubre: 7.

______. 1980 a. “Los “bares metafísicos” de un poeta”. 1980. El Mercurio, 14 de noviembre: 4.

______. 1980 b. “En un viaje café”. El Mercurio, 21 de noviembre: 4.

Para citar este artículo

Ana Traverso. 2001-2002 . «Discusión del concepto de poesía lárica». Documentos Lingüísticos y Literarios 24-25: 63-70