Soledad Falabella Luco
Universidad Diego Portales
José Martí o América como el cuerpo de la madre enferma *
Resumen
El objetivo de este trabajo es analizar un nuevo tipo de racionalidad discursiva sobre lo que se considera propio e impropio para América, que surge una vez establecido el proceso fundacional de las nuevas repúblicas americanas, en el proyecto programático de José Martí. A partir de la lectura de "Nuestra América", se analiza el sentido que adquieren la valoración de los elementos "mestizos" y/o "heterogéneos" y las marcas de género que organizan este discurso.
Una vez establecido el
proceso fundacional de las nuevas repúblicas americanas comienza a emerger un
nuevo tipo de racionalidad discursiva sobre lo que se considera propio e
impropio para América. En especial, llama la atención una nueva actitud en
relación a la incorporación de elementos heterogéneos. En el presente trabajo,
busco explicitar este nuevo tipo de racionalidad en el discurso programático de
José Martí respecto de la definición de lo propio que proclama para refundar
Latinoamérica. En este sentido, mi hipótesis de lectura es que se constata el
surgimiento de una voluntad que define, primero, y, luego, busca integrar y
traducir, las formas naturales y bárbaras de América, la cual se hace patente
por una valoración de los elementos “mestizos” y/o “heterogéneos”. Mi lectura
se apoya en marcas de género para organizar las siguientes instancias: 1. la
toma de distancia de etapas pasadas; 2. la definición de lo “propio”; 3. la
tensión entre el campo y la ciudad; 4. la relación entre lo público y lo
privado, y 5. la legitimación del campo de las letras y del autor a partir de
ello. Estamos ante una nueva concepción política y poética de lo americano, que
pretende apropiarse de América a partir de lo “nuestro”, a la vez que reafirma
su frontera con la América anglo-parlante.
Históricamente, José Martí es uno de los articuladores fundamentales del pensamiento latinoamericano. En su discurso formula claves innovadoras no sólo a nivel ideológico, sino también estético. Para indagar en el tipo de racionalidad que nos interesa subrayar de su vasto repertorio, hemos seleccionado artículos relacionados con la temática americana y patriótica, esto es, textos con un fin programático y político. Como eje central tomaremos su artículo “Nuestra América” (1946), texto que profundiza en el concepto de responsabilidad de los intelectuales americanos. En él, así como en otros, se conjuga el núcleo temático fundamental que queremos destacar: la enunciación, traducción y reconocimiento de lo bárbaro americano. En tales textos podemos percibir cómo se incorporan elementos extraños, bárbaros, al discurso sobre lo que es propio a nuestra América.
El discurso y posterior escrito “Nuestra América” comienza con las famosas palabras: “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea...” (105). Desde la “gran ciudad” de Nueva York, donde vive exiliado, el autor interpela programáticamente a “lo que queda de aldea”, esto es, el pueblo cubano que aún es colonia española. Sin embargo, esta interpelación no se limitaba al público original del discurso, sino que a través de su publicación como artículo en importantes periódicos latinoamericanos, se ha validado para todos los que se reconozcan como parte de la “comunidad imaginada” que significa la América nuestra1.
Siguiendo lo que señala Julio Ramos en Desencuentros de la Modernidad en la América Latina, Martí se legitima como autor a partir de “una retórica latinoamericanista, que presupone una autoridad, un modo estético de “proteger” y seleccionar los materiales de “nuestra” identidad…” (1989: 16). En efecto, el afán inmediato del discurso “Nuestra América” es despertar la efervescencia de la población cubana en Nueva York, para asumir el reto político y financiero de liberar a Cuba del yugo de España2. Ese reto implica la definición de una identidad determinada, que el autor va esculpiendo cuidadosamente en la medida que se avanza en el texto. Primero, aparece la metrópoli del “gigante del norte”, lugar de enunciación del discurso, y ésta se contrasta con el tópico de la aldea de la América hispana. Así, se enuncia una tensión entre el Norte americano y el Sur hispanoamericano, que es paralela a la de la tensión entre la ciudad y el campo. Lo aldeano se constituye en igual de funesto que lo hispano:
Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra (105).
Notablemente, esta tradicional oposición campo/ciudad propia de la modernidad se va constituyendo en torno a marcas de género, marcas que van a ir conformando campos de valores dicotómicos. La vanidad aparece como primera marca negativa de lo aldeano, vanidad incauta e inconsciente del peligro que acecha; vanidad que ciega e impide el despertar. Siempre hay un rastro de género en las palabras y en este caso se trata de una marca tradicionalmente femenina3. El tópico de la vanidad le da vida al texto, interpelando al auditorio: no querrán identificarse con este funesto adjetivo. Tampoco querrán ser parte de “lo que queda de aldea en América”, un pasado del cual es necesario alejarse para sobrevivir, para salvarse, como veremos más adelante.
La retórica de Martí estira su mano ofreciendo una salida: ser como los varones de Juan de Castellanos, poeta del Siglo de Oro que en América escribe las Elegías de los Varones Ilustres de Indias, hacia el año 1598. Se está aludiendo a hombres valientes, fundadores: en la famosa Elegía IV Castellanos le canta a los conquistadores y fundadores de la isla de Borrico, hoy Puerto Rico. Así, aldea y vanidad se vinculan, y generan un campo de valor que contrasta con “varones”. De esta manera, se sella desde un principio una tendencia genérica en el texto. Lo femenino se constituye como una marca negativa, opuesta a varones y, por lo tanto, alineado con aldea, vanidad y pasado-colonia, y lo masculino como positivo, asociado semánticamente con fundacional, valiente y futuro.
Sin embargo, no se está interpelando al auditorio a ser idénticos a estos ilustres varones de Juan Castellanos, sino que se aboga usar: “las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”. La diferencia está en que ahora se trata de “armas del juicio”, armas que la nueva subjetividad a la cual alude Martí debe saber acceder:
En el periódico, en la cátedra, en la academia, debe llevarse adelante el estudio de los factores reales del país. Conocerlos basta, sin vendas ni ambages: porque el que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella. Resolver el problema después de conocer sus elementos, es más fácil que resolver el problema sin conocerlos (108).
El discurso programático indica que los “varones” de nuestra América deberán estudiar “los factores reales del país”. Martí aboga por la formación de hombres letrados, que deberán emprender una labor novedosa: estudiar desde los periódicos, cátedras y academias, en lugar de pelear desde trincheras de piedras. Estos estudiosos deberán saber integrar, esto es traducir, “los factores reales del país”, la naturaleza autóctona, y todavía imberbe, esto es, bárbara, a un conocimiento legible y utilizable para resolver los problemas americanos.
A partir de ello, el lugar de las letras es un lugar privilegiado: adquiere el poder de ser el punto de inflexión del proyecto discursivo de Martí para “salvar” el continente. La retórica del texto está cargada de fuerza performativa que transforma el mundo al ser pronunciada4: “Nuestra América”, ante la clásica disyuntiva entre las armas y letras, debe optar por las letras. Este ya famoso discurso se constituye así en un espacio textual no sólo autorreflexivo –uno que habla sobre sus propios modos de existencia–, sino también que se legitima como “el” arma más poderosa: el autor del texto se autoconstruye como autoridad marcial. Dentro de la racionalidad discursiva de “Nuestra América” ser escritor es como empuñar un arma. La lengua y el lápiz/imprenta son accesorios fundamentales para la constitución de una masculinidad fundadora, la del “héroe” latinoamericano revolucionario, que como veremos más adelante, tiene una dimensión salvadora y utópica5.
Es más, el texto no sólo autorreflexivamente legitima a su autor como combatiente, sino que traza el camino –da la clave– para que la audiencia pueda hacer lo mismo: “cultivando las armas del juicio”. Se proyecta una voluntad de perfilar y apelar a los hombres de la audiencia, para que sean guerreros y sabios a la vez. Se trata de formar hombres que sepan traducir, integrar y negociar las diferencias de América: debe haber hombres con el genio de “hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella”6.
Es éste el rol que deberá asumir la nueva autoridad. Su arma, su medio, serán el estudio y las letras: José Martí está perfilando en este texto una subjetividad particular, masculina, en este caso, capaz de gobernar y así crear las nuevas repúblicas americanas. Se trata de la nueva racionalidad del hombre –“varón”– letrado, encargado de integrar mediante el estudio lo bárbaro a la civilización, misión salvadora de los pueblos americanos.
Hasta ahora la interpelación de mujeres como miembros autónomos de la sociedad sólo se hace presente por su ausencia, y cuando el texto se refiere a hombres lo hace de una manera universalizante. Es notable que esta nueva racionalidad borre a la mitad de la población de su programa, y si se reconocen miembros heterogéneos –campesinos, indios, etc.– estos deberán olvidar su diferencia y “hermanarse”. Por ejemplo, en el artículo “Mi raza” publicado en el periódico Patria, en Nueva York, 1893, declara:
Esa de racista está siendo una palabra confusa y hay que ponerla en claro. El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza o a otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre; peca por redundante el blanco que dice: "Mi raza"; peca por redundante el negro que dice: "Mi raza". Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad (248).
Este fenómeno también lo vemos en “Nuestra América”, donde dice: “Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad” (105). Esta racionalidad no permite que haya divisiones que separen o confundan al sujeto único al que quiere interpelar el discurso, menos que exista una diferencia sexual. La nueva racionalidad se yergue sobre la exclusión de las mujeres. En efecto, la división es peligrosa y catalogada negativamente: “Pero otro peligro corre, acaso, nuestra América, que no le viene de sí, sino de la diferencia de orígenes, métodos e intereses entre los dos factores continentales”. La voluntad es aglutinarse y hacer un trabajo de reconocimiento de lo común que es lo humano: “No hay odio de razas, porque no hay razas (…) El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color. Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de las razas” (112).
El “hombre” al que le habla “no tiene ningún derecho especial, porque pertenezca a una raza o a otra”. Los hombres unidos serán los que vencerán los desafíos que les presenta el futuro.
Sin embargo, retóricamente, como más arriba señalábamos, el discurso programático de Martí sí implica divisiones, exclusiones y dicotomías. De hecho, esto concuerda con lo que señal Ángel Rama en La ciudad letrada(1984); el autor establece los modos de existencia de la cultura letrada en América Latina sobre la base de una coyuntura histórica, cuyo orden implica la separación y la dicotomización del mundo. Dicho legado epistemológico vendrá a marcar la base tensionada sobre la cual se yergue el campo de las letras en América Latina. En el texto de Martí vemos la enunciación de un espacio dicotómico entre los hombres útiles a la patria y otros que no lo son. Por un lado están los guerreros sabios y masculinos, que saben usar las armas del juicio y, por otro, los vanidosos aldeanos afeminados que se quedan dormidos.
Ya habíamos señalado que el vocablo “hombres” se usa de manera universalizante, esto es, sin entrar en debates sobre quiénes son o cómo se entra en esta comunidad imaginada. Pero sí hay un afán divisorio respecto a los atributos de los hombres. La diferencia entre un hombre y otro surge a partir de adjetivizaciones no de raza, sino de género. El impulso dicotómico ocurre a nivel de lo masculino y lo femenino. En efecto, las marcas “afeminadas” en hombres son no sólo desastrosas para el espíritu revolucionario, sino que también para la vida “sana”. En el siguiente extracto de “Nuestra América” vemos cómo el discurso apela a una visión biologicista de la normalidad. Aquel hombre “sietemesino” se asocia con lo femenino (“uñas pintadas y pulsera”) y ambos adquieren carga débil y enfermiza y perversa7:
A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás. No les alcanza al árbol difícil el brazo canijo, el brazo de uñas pintadas y pulsera, el brazo de Madrid o de París, y dicen que no se puede alcanzar el árbol. Hay que cargar los barcos de esos insectos dañinos, que le roen el hueso a la patria que los nutre (106).
Aquí lo femenino es un peligro, una amenaza de corrupción y debilidad enfermiza. El brazo “canijo” –“débil o enfermizo”, “pequeño o bajo”– “el brazo de Madrid o Paris” no es útil por su atrofia física: no alcanza el árbol, árbol de las ideas, proveedor del juicio. Al mundo de los juicios más útiles que las trincheras de piedra, armas de defensa contra el peligro que acecha, no le sirven los atributos femeninos, vinculados a lo ajeno (Madrid o París), lo pervertido y no natural.
Es interesante notar que este discurso concuerda con el que triunfó después de la Revolución Francesa, a partir del cual se constituye el espacio social republicano moderno. Según la historiadora Joan Landes, en Women and the Public Sphere (1988) la emergencia del espacio social moderno se produce a costa de la exclusión de las mujeres de la política y lo público. Landes muestra cómo, a pesar de una retórica en la que se insiste en asegurar la inclusión y la protección de las libertades de todos, a nivel de los hechos se excluyó drásticamente a más de la mitad de la población adulta. En efecto, detrás del lema de la fraternidad republicana se esconde la exclusión de las mujeres de aquellos derechos otorgados a los ciudadanos burgueses universales (hombres de raza blanca y dueños de propiedad):
El sujeto burgués universal fue, desde un principio, un sujeto marcado por el género. Sólo se protegieron los derechos masculinos a ser individuos plenos. La revuelta en contra del padre también fue una revuelta en contra de las mujeres, negándoles la posibilidad de ser seres iguales y libres. No se puede negar que en este nuevo orden, la libertad y la igualdad estaban bajo la sombra de la fraternidad (la hermandad entre hombres)8.
El resultado es que la sociedad republicana en general –incluyendo sus sistemas simbólicos y retóricos– es marcadamente asimétrica. El universo interpelado a entrar en su comunidad imaginaria está, desde un principio, marcado por la exclusión. No sólo la mitad de la población de mujeres, sino tampoco los hombres de otras razas y sin dinero forman parte de la nueva ciudadanía republicana. En el caso específico de los textos de Martí que revisamos, no están presentes las mujeres y si nombra a otros sujetos, dando cuenta de algún progreso de la consciencia, se les niega la posibilidad de diferenciarse. A la vez de abrir nuevo terreno, el discurso demarca sus límites.
En el texto de José Martí los atributos que dañan a los buenos ciudadanos calzan con el imaginario social propio de una cultura republicana moderna. La decadencia es vista como una perversidad de rasgos femeninos: al igual que en la Revolución y la Ilustración los atributos femeninos son usados para demarcar la ruina cortesana. Así, al invocar a Madrid y París en “Nuestra América”, Martí está apelando a las redes simbólicas de un discurso revolucionario ilustrado, en el cual estas capitales siguen siendo portadoras de los rasgos funestos propios de los cortesanos, equivalente a lo femenino. Vemos cómo el texto señala que estos sujetos no ilustrados y afeminados no “entienden” la “naturaleza” del “país naciente”, y, por lo tanto, no sólo son inútiles, sino que incapaces de gobernar.
Es importante remarcar cómo en la racionalidad de este discurso la naturaleza se constituye en lo propio y es su estudio lo que legitima y autoriza al hombre para gobernar. Los conocimientos que no tienen fundamento en la realidad de lo propio no sirven. La lucha en América es la lucha entre la “falsa erudición y la naturaleza”:
Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El hombre natural es bueno, y acata y premia la inteligencia superior (107).
En “Nuestra América”, lo “natural” vence lo “artificial” o “exótico” del falso erudito. La ya famosa “batalla entre la civilización y la barbarie”, expuesta por Sarmiento en Facundo aparece superada por la “bondad” del hombre natural, que sabrá reconocer, acatar y premiar “la inteligencia superior”. El problema de América es la falsa erudición, que ocupa el lugar de la civilización en el paralelismo con la frase de Sarmiento. En el discurso programático de Martí la naturaleza reemplaza la barbarie9.
En efecto, “Nuestra América” plantea la necesidad de nuevos líderes, líderes con juicio y creadores: “Gobernante, en un pueblo nuevo, quiere decir creador”. Este es el “hombre real” que debe conocer su tierra para saber interpretar las “formas que se le acomoden y grandeza útil”. Se trata de nuevos sujetos letrados capaces de crear un nuevo conocimiento para salvar a América:
Estos países se salvarán, porque, con el genio de la moderación que parece imperar, por la armonía serena de la Naturaleza, en el continente de la luz, y por el influjo de la lectura crítica que ha sucedido en Europa a la lectura de tanteo y falansterio en que se empapó la generación anterior, le está naciendo a América, en estos tiempos reales, el hombre real (109).
Así, la tierra americana se constituye en una madre que da origen al hombre real. Éste último se yergue como un sujeto “en marcha”, aún en proceso de nacimiento. Además, se trata de un sujeto “mesiánico” que viene a salvar y cuyos dones son “la armonía serena de la Naturaleza” y “la lectura crítica”. Nuevamente, aparece el letrado en el lugar del poder: deberá resolver el futuro político de América.
Finalmente, el texto “Nuestra América”, después de “parir” al “hombre real” y de anunciar la salvación de América y sus países, convierte a la tierra americana en una madre enferma, que causa vergüenza y es abandonada:
¡Estos nacidos en América, que se avergüenzan, porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan, ¡bribones!, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades! Pues, ¿quién es el hombre? (106).
Nuevamente, lo femenino aparece connotado negativamente: la tierra/madre americana está incapacitada por la enfermedad. Para subrayar el rol heroico del letrado, su hijo salvador, el discurso de Martí convierte a la tierra en mujer y enferma; una paciente que sólo puede esperar la intervención oportuna de sus futuros hijos, sabios y creadores. En este discurso la elevación de lo masculino va en directo detrimento de lo femenino.
En definitiva, es el hombre real y letrado el que será capaz de conducir “estos países” a la salvación. Harán esto a partir del conocimiento de lo que para Sarmiento era “bárbaro”, la naturaleza americana, pero que ahora aparece como templada y bondadosa, abierta a ser conocida. Es más, la subjetividad naciente no permite división entre lo público y lo privado. Esta dicotomía en “Nuestra América” de Martí es un flujo continuo, uno donde la subjetividad se debe constituir a partir de lo que es común a todos: la tierra. La América nueva ha de surgir de la conjunción entre el hombre real, pensador, servidor y salvador de la tierra, y la Madre América enferma. La naturaleza es la que provee las claves para gobernar la América nueva. Es de vital importancia ponerle palabras a su condición bárbara; tarea pública del letrado, quien con su creatividad y lecturas críticas europeas gobernará/sanará los nuevos países de la “Madre América”. El género masculino actualiza un poder de sanación y redención, a costa de marcar lo femenino como carente de ello.
Para Julio Ramos, la producción discursiva de José Martí es el lugar donde emerge “el nuevo sujeto literario” (1989: 54). Por lo tanto, es importante subrayar la exclusión sexual en el discurso programático de Martí, ya que se constituye en una de las fuentes fundadoras de la enunciación de un sujeto americano letrado. Es más, para Ramos este nuevo sujeto literario se instala en las grietas del poder10. Sin embargo, como hemos visto a lo largo del presente trabajo, en el discurso programático de José Martí no aparecen dichas grietas. Estamos en cambio ante un discurso político totalizante que se autoriza desde el poder, organizando dicotómicamente la realidad para luego presagiar la llegada de un nuevo mañana. Fundado en torno de dicotomías como “falsa erudición” y “naturaleza” u hombres afeminados y varones, se va construyendo la identidad de un sujeto que, a partir del estudio de su entorno natural, se yergue como un guerrero armado de juicio crítico y creador de un conocimiento capaz de integrar la heterogeneidad de la Nuestra América para gobernarla “sanamente”.
Bibliografía
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Landes, Joan B. 1988. Women and the Public Sphere in the Age of the French Revolution. Ithaca: Cornell University Press.
Lloyd, Genevieve, 1983. The man of reason. Minneapolis: University of Minnesotta Press.
Martí, José. 1946. “Nuestra América” Obras Completas, Tomo II. La Habana: Lex.
______. 1977. “Mi Raza”. Política de nuestra América. Ed. Roberto Fernández Retamar. México: Siglo Veintiuno XXI. 248-250.
Pratt, Mary Louise. 1990. “Women, Literature, and National Brotherhood”. Women, culture, and politics in Latin America. Berkeley and Los Angeles: University of California Press.
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Ramos, Julio. 1989. Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX. México: FCE.
Para citar este artículo
Soledad Falabella Luco. 2005 . «José Martí o América como el cuerpo de la madre enferma *». Documentos Lingüísticos y Literarios 28: 23-28