Lorena López Torres
Estudiante de Magíster en Literatura Hispanoamericana Contemporánea, Universidad Austral de Chile

Magallanes en el tintero

Resumen

Desde el siglo pasado, Magallanes ha atraído el interés de destacados escritores extranjeros que si bien nunca se aproximaron por estas singladuras no obstante, dan cabida en su producción a la naturaleza o al acontecer de la región. También están aquellos que, tras una estrecha visita deciden asentarse momentáneamente en la ciudad que le responde cual musa inspiradora, entre los que se cuentan algunos escritores y poetas chilenos; lo que significa, para la región, ser (re)conocida en otras latitudes del orbe.

 

 

 

 

 

 

 

En Magallanes la epopeya está incrustada
en los hechos más simples
.
Carlos Vega Letelier

 

Bitácoras de vuelos lejanos

La Patagonia ejerce siempre un atractivo especial para los grandes viajeros. Sus dilatadas y desiertas extensiones, lo inhóspito de su paisaje, sus legendarios habitantes, propios de una tierra incógnita, actuaban a la manera de un poderoso imán sobre los aventureros, exploradores y científicos.

La experiencia vivida por el marino y explorador inglés George Chaworth Musters (1841-1879), dio origen a un libro, Vida entre los patagones (1997), en el que narra sus fabulosas aventuras, haciéndolo acreedor del calificativo de Rey de la Patagonia. Embarcado recorre las costas de América del Sur por el Atlántico. De este modo en 1869 llega a las islas Malvinas, desde donde se dirige hacia Punta Arenas para seguir su periplo por las islas fueguinas donde permanece un buen tiempo, esperando una expedición de indios tehuelches que viaje hacia el norte. Forma parte, como uno más, de la esperada caravana de los tehuelches, reconocidos como de temer, con quienes convive en los términos más amistosos. De manera sencilla e interesada Chaworth narra las primitivas costumbres de los indígenas con los convive. Por ejemplo, los patagones no se dedicaban al tejido ni al labrado de metales, al contrario, en forma rudimentaria, tallaban madera, para confeccionar cucharas, platos, pipas y monturas. En cuanto a la actividad de la caza, Chaworth entrega la siguiente relación:

El orden de la marcha y el método de caza que constituye la rutina diaria son como sigue: el cacique, que tiene la dirección de la marcha y de la caza, sale de su toldo al romper el día varias veces antes, y pronuncia una fuerte alocución describiendo el orden de marcha, el sitio señalado para la cacería y el programa general; luego exhorta a los jóvenes a que vayan a apresar y traer los caballos, y a que sean vivos y activos en la caza, y refuerza luego sus exhortaciones por vía de conclusión con una jactanciosa relación de sus proezas cuando era joven (4).

En 1870 se publica un resumen de sus periplos por la Patagonia y un año más tarde aparece en Londres la primera edición íntegra de Vida entre los Patagones (1871). El francés Víctor Hugo (1802-1885) inserta en algunas de sus novelas aventuras vividas por él mismo o escuchadas en sus viajes. En Los trabajadores del mar (1945), novela que escribe en el exilio, Hugo describe la existencia del primer correo marítimo en Magallanes, al que llama el "buzón marítimo"; hecho que se encuentra narrado en el Capítulo IX "Información útil para las personas que esperan, o temen, cartas de ultramar". Ejemplo de ello es el fragmento que se presenta a continuación:

-¿Decía usted, capitán Gertrais, que el Tamaulipas no hará escala?
-No, va derecho a Chile.
-En ese caso no podrá despachar noticias de su viaje.
-Permítame, capitán Cublín. Primero, puede enviar cartas con todos los barcos que encuentre navegando para Europa.
-Es cierto.
-Luego, tiene el buzón marítimo (101).

Como el capitán Cublín pareciera desconocer dicho medio de comunicación marítimo, Gertrais se toma su tiempo para explicarle cuáles son los pasos a seguir para hacer llegar sus noticias a Europa:

...en seguida de haber doblado la punta Ana, se ve un gran mástil sobre una roca de 100 pies de alto. Es un poste que tiene una barrica colgada al cuello. Esta barrica es el buzón marítimo...he aquí como se realiza el servicio. (...) El oficial del bote pone su paquete en la barrica y se lleva el que allí encuentra. Uno se encarga de esas cartas, y el buque que venga después se hace cargo de las nuestras. (...) Ya ve usted que se puede escribir a los amigos. Las cartas llegan. -Suponiendo que ese pillo de Zuela me escribiera, suelta sus garabatos en la barrica de Magallanes y dentro de cuatro meses recibo su misiva bribonesca (102).

Julio Verne (1828-1905), el precursor de las novelas de aventuras y de ciencia ficción, también se sitúa en el imaginario de la Patagonia. Domina en algunas de sus obras los temas polares o australes, probablemente porque aquellas regiones eran todavía las más desconocidas del globo terráqueo. Estas regiones son también zonas inhabitadas en las que el hombre se encuentra solo frente a sí mismo, tópico que a Verne atraía en especial, pues facilitaba la tarea de recalcar la actitud heroica del personaje. Los paisajes australes son los antagonistas del hombre, quien se aventura por estas latitudes en busca de gloria e inmortalidad o simplemente es abandonado a su suerte para quebrarle la mano al destino. Ya en El faro del fin del mundo (1901 [1999]), Verne se había aproximado a la idea de la solitaria Patagonia de fiordos, canales y témpanos y al hombre que la habita en pos de riquezas.

En la novela Los náufragos del Jonathan (2003), Verne recrea la aventura colonizadora de esta embarcación cuya primera aproximación al fin del continente era de carácter expedicionario más que de asentamiento. Una vez encallados en las costas de la isla Hoste, algunos de sus tripulantes se verán atrapados por los atractivos del territorio, entre ellos el oro y el negocio de la ganadería austral. Así resulta su primer contacto con tierras magallánicas en plena tormenta:

Parecía que desde el comienzo de este viaje los elementos se hubieran aliado en contra del éxito de su empresa. El Jonathan, tras una travesía muy dura, sólo había llegado a la altura del Cabo de Hornos cuando fue asaltado por una de las más furiosas tempestades que aquellos parajes hayan presenciado (32).

El Jonathan sólo había conseguido llegar a las postrimerías del Cabo de Hornos, desde cuyas costas podía advertirse el fuego de las hogueras de los indios fueguinos, sirviendo de guía a los intrépidos marineros, que se encontraban aún lejos del puerto de Punta Arenas:

El Cabo de Hornos está perfectamente adecuado para que en él levanten un faro, que iluminaría ese límite común a dos océanos. Lo exige la seguridad de la navegación y de seguro que disminuiría la cantidad de siniestros, tan frecuentes en aquellos parajes. A falta de faro, no cabía duda de que la hoguera encendida por la mano del Kaw-djer había sido vista. Así el capitán del navío no podía ignorar, lo menos, que se encontraba muy cerca del cabo. Informado sobre su posición exacta por aquel fuego, le sería posible ponerse a salvo lanzándose por los pasos a sotavento de la isla Hornos (33).

Verne al igual que muchos de los escritores y expedicionarios que pasaron por estas latitudes, se asombra por la belleza y la diversidad de la fauna y flora de las islas del archipiélago austral aún ignoto.

Emilio Salgari (1863-1911) viene a integrar la nómina de escritores atraídos por estos territorios. En su obra destacan algunos ciclos temáticos como la jungla, los piratas asiáticos, los corsarios del Caribe y las praderas norteamericanas. Sus libros se caracterizan por la simplicidad de los personajes y la viveza de la acción, aspectos que terminarían por renovar el panorama de la literatura juvenil.

No podía dejar de presentarse la oportunidad para este singular escritor y viajero de relatar sus impresiones de una pequeña localidad que comenzó a levantarse en la Nueva América. En su obra Estrella de la Araucanía (1906 [1958]), descubre sus impresiones de la que él consideraría una colonia con gran porvenir pero estancada por la soledad y la inclemencia del clima:

Punta Arenas es la capital del inmenso Territorio de Magallanes y se levanta sobre una pequeña colina circundada por tupidos bosques de coihués y otros árboles de la flora antártica. La baña un arroyo que suministra un agua excelente a sus habitantes: el río de las Minas. Es una pequeña ciudad construida toda de madera, sus casas ofrecen un bello aspecto que le da un no sé qué de gracia y coquetería.
Antes de 1843 había sido construida allá donde surgía antiguamente la Ciudad Real del Rey Felipe, en el célebre Puerto del Hambre. Existía allí un presidio, que se rebeló durante una sublevación instigada por su jefe, un subteniente de artillería, el que asesinó al gobernado. A raíz de este suceso fue abandonada, para ser reconstruida un año después en el sitio en que actualmente se encuentra.
Punta Arenas es una colonia penitenciaria, compuesta en su mayoría por huasos y rotos chilenos.
Los reos pueden trabajar libremente durante el día en los aserraderos de madera; llegada la noche, deben recogerse al cuartel, bajo la vigilancia del personal del presidio, un medio centenar de soldados a las órdenes de un capitán.
Es una ciudad que puede llegar a tener un gran porvenir, pero que hasta ahora ha hecho escasos progresos (cit. en Fuguellie 2002: 5).

El aviador Antoine de Saint-Exupéry (1890-1944), trabajó por muchos años como piloto, ocupación que lo llevó a recorrer gran parte del mundo, recopilando estas experiencias en sus célebres escritos. Tras sufrir un grave accidente que lo obligó a hospitalizarse, escribe los recuerdos y meditaciones de su vida de aviador; memorias que publicó en 1939 bajo el título de Vuelo Nocturno (1955), entregando sus primeras impresiones acerca de la Patagonia:

Detúvose ante una ventana abierta y consideró la noche. Contenía a Buenos Aires, pero también, como una enorme nave, a toda América. No se asombró de ese sentimiento de grandeza: el cielo de Santiago de Chile era un cielo extranjero; pero, puesto en marcha cuando el correo hacia Santiago de Chile, se vivía, de un extremo a otro de la línea, bajo la misma bóveda profunda. Del otro correo, cuya voz se acechaba en los receptores de la T.S.H., los pescadores de Patagonia veían brillar las luces de a bordo. Esta inquietud de un avión el vuelo, cuanto pesaba sobre Rivière, pesaba también sobre las capitales y las provincias, con el zumbido del motor (40).

En un trabajo posterior, Tierras de Hombres (1957), describe su emoción de volar sobre tierra magallánica y conocer Punta Arenas, como lo advierte en el capítulo "El Avión y El Planeta": "El piloto que se dirige hacia el estrecho de Magallanes, vuela al sur del Río Gallegos sobre un antiguo chorro de lava, cuyos escombros pesan sobre la planicie con sus veinte metros de espesor" (1957: 49-50). La emoción parece inundar sus escritos y las frases más apasionadas y halagadoras se ciernen sobre la austral región y ya no sólo el estrecho es admirado sino que es una alabanza extendida hacia la emergente ciudad:

Y he aquí la cuidad más austral del mundo, permitida por el azar de un poco de lodo entre las lavas y las nieves. Tan cerca de los negros chorros ¡cómo se siente el milagro del hombre! ¡Qué extraño encuentro! No se sabe cómo, no se sabe por qué, el pasajero visita esos jardines preparados, habitables por tan corto tiempo: una época geológica, un día bendito entre los días. He aterrizado en la dulzura del día. ¡Punta Arenas! (50-51).


Escritores chilenos en el país meridional

En la obra de Manuel Rojas (1896-1973) se vislumbra la chispa de la vida humana, del hombre enfrentado al reto del destino, a los sinsabores, a la amargura de su conciencia. A su vez el escritor se vuelve el personaje principal de sus páginas, siendo su propia experiencia el motor de su creación.

En La ciudad de los Césares (1972), aborda el tema magallánico tan presente siempre en su vida, pues vivió algún tiempo en esta zona. En ella rememora el agreste paisaje, su clima agobiante y el conflicto del hombre blanco con el verdadero dueño de estas tierras: el indio patagón. La obra relata las aventuras de mar de un joven indio ona llamado Onaisín junto al hijo del experimentado raqueador Enrique Stewart y otros personajes con los que se adentra en las selvas patagónicas tras el codiciado oro. En la verde espesura de las montañas se verán envueltos en diversas situaciones enigmáticas y peligrosas pero que los llevarán a descubrir el secreto que ocultan las altas cumbres australes.

El siguiente fragmento constituye parte fundamental en el conocimiento y entendimiento de la llegada y destino de muchos españoles abandonados a su suerte en las costas meridionales. En el primer capítulo de la segunda parte del libro titulado "Que pretende ser histórico", el autor introduce, a modo de marco histórico, una pequeña reseña sobre el arribo de los europeos al extremo del continente:

Hace muchos años, más de trescientos, una armada española compuesta de cuatro naves tripuladas por individuos que pretendían conquistar lo que "había sobrado del continente", es decir, la Patagonia y el estrecho, embocaba, un día del mes de enero, el Cabo de las Vírgenes. Días después un espantoso temporal hizo vara dos naves en la costa: la capitana y otra... Los náufragos, cerca de trescientos: hombres, mujeres y niños, lograron saltar a tierra, y allí, fueron rodeados de indios y con el credo en la boca, esperaron durante muchos días el regreso de las naves. Inútil espera (69).

Como ya no cuentan con naves para salir mar adentro, los tripulantes y los colonos que venían con ellos están obligados a entrar en relaciones con los autóctonos de la zona, como una medida de supervivencia. Más tarde, en pacífica y armoniosa unión, dan vida a la ya mítica Ciudad de los Césares, escondida en lo más recóndito del paisaje magallánico:

Antes bien, decidieron buscar una región propicia para fundar un pueblo. La hallaron. Y hace, como queda dicho, más de trescientos años, en un valle abrigado de los vientos y con buenas aguas, Fray Francisco de la Rivera, comendador de Burgos y el jefe de aquel pueblo errante, fundó, con el nombre de Ciudad de los "Españoles Perdidos", la actual "Ciudad de los Césares" (70).

La obra de Manuel Rojas es un claro ejemplo de la fuerza con la que penetró en la mentalidad y espíritu de la época la leyenda de la mítica ciudad perdida de los Césares, la que en la imaginación, aún permanece enclavada y resguardada en las llanuras de la tierra inhóspita de Magallanes.

Otro reconocido escritor chileno, Benjamín Subercaseaux (1902-1973), se acerca al mundo del aborigen austral en una de las obras más connotadas de la literatura chilena. En la novela Jemmy Botton (1953), recrea la historia de este joven indígena en contraposición al personaje de FitzRoy en su arribo a Tierra del Fuego. En sus páginas los personajes se sumergen en la marea de sus instintos y en el fracaso inevitable tras la conquista de un continente ajeno y extraño.

Posteriormente publica lo que sería su aporte más importante y comentado de la literatura nacional Chile o una loca geografía (1956), ameno y crítico relato de su moderna odisea por lo ancho y largo del país. La séptima parte del libro "El País de la Noche Crepuscular", está íntegramente dedica a la zona austral, a los fiordos y canales australes, a las montañas nevadas y a la implacable soledad que percibió en el entorno natural de la Patagonia. En otro de los capítulos "Donde el viento del estrecho levanta una polvareda de recuerdos", Subercaseaux explica cómo a partir de Puerto Montt, el terreno se desarma en fiordos y canales; la masa compacta de tierra que une al continente sufre un corte drástico en esta zona austral:

En el Estrecho, en cambio, el corte es total. Chile llega entero y continuado hasta el borde de sus aguas, pero a partir de ahí, las tierras que le siguen al sur son tan ajenas a su cuerpo -geográficamente hablando- como podría serlo una isla (isla Grande de Tierra del Fuego) (388).

El narrador nos hace partícipe de sus pensamientos sobre ciertos lugares y aspectos históricos de la comarca magallánica:

¿Qué diremos para terminar estas páginas de recuerdos que nos trae el Estrecho? Pues bien; el Fuerte Bulnes no sirvió. Más al norte, en una Punta de Arenas, se improvisó un caserío de madera que, hoy en día, es la gran ciudad de Magallanes. Nacida a impulsos del oro recién descubierto en los riachuelos y playas de Tierra del Fuego, vio precipitarse hacia ella un mundo de aventureros, criminales, comerciantes y prostitutas (388).

Subercaseaux se detuvo también a observar el Océano Pacífico para asestar el golpe final a la travesía que el hombre desde antaño cursara a través de sus aguas:

Pacífico lo llamaron, y no sabemos porqué. Tal vez el resto de esa angustiosa travesía en que el hambre torturó a los hombres más allá del cuerpo, despertándoles las tempestades del alma, transcurrió en una calma absoluta que contrastaba con el tumulto que llevaban dentro (43).

La contribución de Subercaseaux para desentrañar la incomprensible composición del hombre y su constante evolución es referencia obligada, por tanto ofrece a través de sus ensayos, un panorama notable de la geografía y fisonomía de este largo país y de su pueblo.

Gabriela Mistral (1889-1957), tuvo la oportunidad de conocer de cerca Magallanes y develarlo a través de su poesía. Su desempeño y conocimiento del ámbito de la docencia se verá coronado con su arribo a Punta Arenas el 18 de mayo de 1918 como directora de un establecimiento educacional. Luego de su paso por la región, Mistral sale a recorrer el mundo, ya no sólo como escritora sino también como reformista educacional. El escritor magallánico Carlos Vega Letelier (1993) habla del impacto y la interrogante de su venida a Punta Arenas:

Entre las informaciones relativas a la destinación de Gabriela a Magallanes, se deslizo una desventurada opinión: "que venía a chilenizar". Apenas enraizó sus afectos y su comprensión por esta tierra que le inspiró "Desolación", escribió su testimonio: "¿Cómo chilenizar a una región aislada que tiene para su propio uso cuatro diarios y catorce periódicos y revistas, lo que no soñaba otra parte de Chile?" (corría 1918).

Los elementos naturales tan característicos de la zona, inspiran a Gabriela Mistral el siguiente poema, "Patagonia":

A la Patagonia llaman
sus hijos la Madre Blanca.
Dicen que Dios no la quiso
por lo yerta y lo lejana,
y la noche que es su aurora
y su grito en la venteada
por el grito de su viento,
por su hierba arrodillada
y porque la puebla un río
de gentes aforesteradas.

Hablan demás los que nunca
tuvieron Madre tan blanca,
y nunca la verde Gea
fue así de angélica y blanca
ni así de sustentadora
y misteriosa y callada.
Qué Madre dulce te dieron,
Patagonia, la lejana!
Sólo sabida del Padre
Polo Sur, que te declara,
que te hizo, y que te mira
de eterna y mansa mirada
(Mistral 1967: 196).

La importancia de Magallanes en la obra de Gabriela Mistral es imposible de cuantificar, muchos de los poemas que escribió mientras permaneció en la ciudad formaron parte, posteriormente, de uno de sus grandes poemarios, Desolación.

El poeta Pablo Neruda (1904-1973), en sus inicios joven estudiante de pedagogía francesa, abandona sus estudios para dedicarse por entero a la poesía. En Canto General (1950), incorpora en el número XXIV del Capítulo III "Los Conquistadores" un pequeño homenaje a Magallanes titulado "Recuerdo la soledad del Estrecho":

La larga noche, el pino, vienen a donde voy.
Y se trastorna el ácido sordo, la fatiga,
la tapa del tonel, cuanto tengo en la vida.

Una gota de nieve llora y llora en mi puerta
mostrando su vestido claro y desvencijado
de pequeño cometa que me busca y solloza.
Nadie mira la ráfaga, la extensión, el aullido
del aire en las praderas.

Me acerco y digo: vamos. Toco el Sur, desemboco
en la arena, veo la planta seca y negra, todo raíz y roca,
las islas arañadas por el agua y el cielo,
el Río del Hambre, el Corazón de Ceniza,
el Patio del Mar lúgubre, y donde silba
la solitaria serpiente, donde cava
el ultimo zorro herido y esconde su tesoro sangriento
encuentro la tempestad y su voz de ruptura,
su voz de viejo libro, su boca de cien labios,
algo me dice, algo que el aire devora cada día
(Neruda 1956: 323).

Enrique Bunster (1912-1976), fue periodista, dramaturgo, cuentista y cronista de viaje. Destacan sus obras de divulgación histórica Motín en Punta Arenas (1950), Chilenos en California (1954) y la novela humorística Un ángel para Chile (1959). En su obra Breviario vía Cabo de Hornos (1998), realiza una defensa a la mal afamada zona austral del Cabo de Hornos, como lo evidencia el siguiente fragmento:

No existe paraje más nombrado en la historia de la navegación, y tampoco hubo ninguno tan temido. Todo esto sin ser más que una islita deshabitada y estéril, que casi nadie vio jamás, porque, "doblar el Cabo" era rodearlo a doscientas o trescientas millas de distancia, en pleno paso de Drake y más cerca de la Antártida que de Chile. En rigor, la isla de Hornos a nadie hizo daño y lleva la injusticia de cargar con las hazañas del Pacífico Sur, que por allí arremete con sus huracanes pavorosos, sus olas como colinas y sus flotas de témpanos, rechazando las aguas del Atlántico hasta las Falkland (cit. en Muñoz Lagos 2001: 23-24).

En la obra Chile, país de rincones (1947), Mariano Latorre (1886-1955) presenta una serie de relatos interpretativos del paisaje y de la idiosincrasia de diversas regiones del país: la Cordillera de la Costa, el norte, el valle central, la selva, Magallanes, el mar, la ciudad. Se origina así lo que él llamó los siete paisajes de su geografía y sus siete almas: la pampa salitrera, el Norte Chico, las selvas del Sur, la cordillera de los Andes, la de la Costa, Chiloé y sus islas, Magallanes y sus estepas. Con las descripciones que hace de nuestro país, fácilmente podemos adentrarnos y reconocer muchos de los rasgos que la caracterizan. A través de estos relatos muestra la variedad del paisaje chileno, lo diferente del carácter de sus habitantes cincelado por la caprichosa topografía del territorio y su variedad climática.

Latorre se definió a sí mismo como paisajista de Chile, dando origen a un nuevo término en la literatura chilena: el criollismo; ya que tanto en sus novelas, como en sus cuentos y ensayos, cultiva su amor por el roto y por el huaso, situado en los lugares geográficos más representativos de nuestro país, llegando a ser excesivamente detallista en sus descripciones. Chile, país de rincones es presentado por el propio autor quien señala la dificultad que entraña plasmar un arquetipo de razas, desde el punto de vista artístico: "La multiplicidad es el carácter del paisaje chileno. Y múltiple es, también, la psicología de su poblador, pero paisajes y hombres son uno en su pluralidad" (cit. en Livacic 1988: 72). La obra consta de nueve relatos, entre los que se cuentan "Trapito sucio", "En un vapor caletero", "Dos pestañas de On Chipo" y "Pontón Nº 5". Precisamente este último cuento esta ambientado en la bahía de Punta Arenas y describe el momento apacible de recalar en el puerto:

Adormecido en el sueño de las aguas, amortajado por las nevazones o bañada su cubierta por las lluvias australes, el pontón número cinco deja pasar los años. Junto a su proa las olas partieron cascos de buques y vapores, y como flores del mar, las gaviotas, cada verano, revolotearon con sus plumas untadas de carbón. Sin embargo, no todo tranquilidad en su pasiva de pontón. Lo acompañaban a babor y estribor, dos compañeros de infortunio; un velero sueco, igualmente chata carbonera, y un viejo barco de madera, que era algo así como una lavandería marítima. Muchos años navegó este vapor por el Atlántico y un día llego de arribada forzosa a Punta Arenas, sin timón y con sus bodegas inundadas (Latorre 2001: 254).

Para cerrar se puede observar la multiplicidad de escritores que se sintieron atraídos por la idea de una tierra magallánica exótica y mítica, ya sea desde el otro lado del mundo como desde el norte del país.

 

Bibliografía

Bunster, Enrique. 1954. Chilenos en California. Santiago: Editorial del Pacífico.

_____. 1960. Un ángel para Chile. Santiago: Editorial del Pacífico.

_____. 1950. Motín en Punta Arenas. Santiago: Editorial del Pacífico.

Chaworth Musters, George. 1997. Vida entre los Patagones. Neuquén: Editorial El Elefante Blanco.

Fugellie, Silvestre 2002. Magallanes en la edad del oro. Punta Arenas: Comercial Atelí y Cía. Ltda.

Hugo, Víctor. 1945. Los trabajadores del mar. Buenos Aires: Editorial Sopena Argentina.

Latorre, Mariano. 2001. Chile, país de rincones. Santiago: Editorial Universitaria.

Livacic, Ernesto. 1988. Historia de la Literatura de Magallanes. Punta Arenas: Ediciones de la Universidad de Magallanes.

Mistral, Gabriela. 1967. Poema de Chile. Santiago: Editorial Pomaire.

Muñoz Lagos, Marino. 2001. Crónicas de una lejanía. Punta Arenas: Editorial Atelí.

Neruda, Pablo. 1956. Obras Completas. Buenos Aires: Editorial Losada.

Rojas, Manuel. 1972. La ciudad de los Césares. Madrid: Ediciones Rodas.

Saint-Exupéry, Antoine. 1955. Vuelo Nocturno. Buenos Aires: Ediciones Dintel.

_____. 1957. Tierra de Hombres. Buenos Aires: Editorial Troquel.

Subercaseaux, Benjamín. 1953. Jemmy Bottom. Santiago: Editorial Ercilla.

_____. 1956. Chile o una Loca Geografía. Santiago: Editorial Ercilla.

Vega Letelier, Carlos. 1993. "Dos aviadores: Pluschow y Saint-Exupéry. Panorama de la Literatura Regional". Revista Impactos Digital 49 (citado 14 abril 2002). Disponible en la Word Wide Web: http: //surdelsurpatagonia.com

_____. 1993. "Dos Premios Nobel. Panorama de la Literatura Regional". Revista Impactos Digital 47 (citado 14 de abril 2002). Disponible en la Word Wide Web: http://surdelsurpatagonia.com

Verne, Julio. 1999. El faro del fin del mundo. Montreal: Stanké Editores.

_____. 2003. "Los náufragos del Jonathan". Viaje al centro del Verne desconocido (citado 14 abril 2002). Disponible en la Word Wide Web: http://jgverne.cmact.com

 

Para citar este artículo

Lorena López Torres. 2006 . «Magallanes en el tintero». Documentos Lingüísticos y Literarios