Arturo Gutiérrez Plaza
Selección de poemas
Hogar
Vivo en esta ciudad, en este
país despoblado,
avergonzado por sus propios fantasmas,
confinado a cuatro paredes hurañas.
Vivo en cuartos vacíos.
En habitaciones que a ratos se
encogen
expulsando todo aquello
que hasta ayer me acompañaba.
Vivo en su centro como viven los
moluscos,
babosos e invertebrados, cordializando
con la concha que los protege.
Doy rondas, tanteo su
superficie,
hago trampas: intento horadarla.
Guardo la esperanza de encontrar
respiraderos al otro lado.
Pero soy de acá, este es mi
hogar
y aunque me vaya, aunque me escape lejos,
este encierro siempre será mío.
Vivo como el cangrejo ermitaño,
como un decadópodo errante,
refugiado en conchas vacías,
atrapado, impenitente, esperando
la bondad de alguna ola que me arrastre
o termine de ocultarme entre la arena.
Vengo de un lugar
Vengo de un lugar que ya no existe.
Mi abuela acostumbraba contarnos
que a poco de llegar a esos parajes,
al bajar la neblina de la tarde,
se afantasmaba la mirada.
No sé si también mis hermanos
guarden esos recuerdos en las retinas.
Se me hace tan escabroso preguntarles,
pues la vista no me alcanza para verlos
y lo poco que me dicen, en realidad, me lo invento.
Sé que ese lugar no estuvo
lejos,
es decir, existió antes de mis ensoñaciones.
Sin embargo, ¿cómo asentarlo?
¿quién podría creerme a esta hora
si desapareció de los mapas sin darnos cuenta,
una noche, una noche muy larga
que nos tuvo a todos adormilados?
Yo sé que habité ese lugar,
lo juro, pues de allí vengo,
desde allá traje conmigo este cuaderno.
Yo sé que mi abuela existió
y me lo dijo, lo atestiguo en lo escrito,
ya tarde entre la bruma.
La valija
Si has de hablar de una valija
extraviada
es porque sabes que en ella
también ibas tú.
Ahora, extranjero, desesperas
buscándola
entre la multitud,
indefenso.
¿Cómo suturar tantos puntos de fuga?
Estaba dicho que sólo así
aprenderías
a rogar por la bondad de los milagros.
Sin embargo, forastero, todo ha sido inútil.
Los infructuosos reclamos yacen
ahogados en profundidades abisales,
como en aquellos míticos tiempos
de poemas y naufragios.
A tu hora, en tierra ajena, cavilas lejos,
rememoras tus cuadernos mal escritos,
apilados en el interior de tu valija:
borradores de promesas reveladas y burladas.
Pero temes, sobre todo, por sus
páginas en blanco.
Ellas, en su silencio ya perdido,
son las verdaderas señales de tu rendición,
las cartas de renuncia al único país que te quedaba.
Realismo socialista
Los poetas piensan en la muerte
cuando ven fogatas encendidas a lo lejos
y presienten el arribo de tormentas.
Pero yo veo tantos niños en los
basurales,
esculcando entre ladridos agónicos,
entre perros famélicos,
tanta carroña agusanada.
Piensan en aquellos pasadizos
nocturnos
que los han de llevar hasta las prometidas arcadias.
Pero yo veo tantas moscas a
pleno sol,
tanto hueso roído, tanto pellejo escarbado,
exhausto, putrefacto,
tantas vísceras sin duelo.
Piensan, sobretodo, en la
inmortalidad de sus versos
y en la póstuma fama que por siempre los preservará.
Pero yo, que también todo lo
veo,
me escondo y escribo en la noche
mientras anticipo truenos a la distancia
y escucho llamas titilantes, titilantes, indecisas.
Tierra de Gracia
Y en la tierra de Gracia hallé temperancia suavísima y las tierras y árboles muy verdes (…) creo que allí es el Paraíso Terrenal, adonde no puede llegar nadie, salvo por voluntad divina
Cristóbal Colón
Mis hijos me hablan de sus vidas
desde lejos,
desde abstrusos idiomas.
Yo también desde lejos les
escribo,
frente a una catedral
imaginando una verde montaña.
Les escribo desde un lugar donde no existen catedrales,
ni existen montañas
(en el medio de la nada).
Sí, queridos, sí, estoy bien.
Desde allí, desde la nada, les hablo.
¿y ustedes?
Todos -los de adentro y los de
afuera-
nos asomamos por ventanales
conjeturando la lengua y la tierra natal;
aquella que alguna vez
creímos en gracia.
¿estás bien? ¿dónde?
Pero a la distancia sólo distinguimos torres en ruinas:
guaridas instauradas por los
custodios
del hombre nuevo, el de siempre,
el nuevamente renovado.
No te escucho.
Tan solo hablo de una historia repetida.
No te entiendo.
Desprevenidos, como tantos
antes y después,
ahora nos sabemos
también, un pueblo elegido.
Hablamos luego, más luego.
Destinados a la errancia,
somos también los hijos de Babel.
Adiós.
Poema de amor
(encontrado en un barquito de papel que se hundía en el Guaire)
Es raro que no pensemos igual.
¡Siempre he sido tan magnánimo!
Todo en mí se da
por ese manto inabarcable
con el que cobijo la lealtad.
Soy, y todos lo saben, la paz.
Sin mí, el caos sería la única verdad.
Por eso, te decía
-hermano-
es raro.
Es raro que no veas todo con claridad.
Lo he instruido en Twitter,
Facebook, Instagram.
En todos los medios que libremente gozan
de mi benevolencia, de mi compasión.
Lo he decretado en afiches
gigantes,
en pasquines clavados en los retretes de este país.
Lo he explicado a gritos y en
risueños juegos de mano,
digo, en lenguaje de señas -para hacerme entender.
Mi voz es el milagro de los que
nunca la tuvieron.
Con gracia me han otorgado la suya
y ahora yo, con regocijo, les obsequio la mía.
Por eso te insisto,
compañero.
No entiendo, es raro.
Yo sanaré tus heridas para que
no sufras,
(con estiércol);
y te daré el amor, lentamente,
(en las mazmorras).
Soy el incomparable,
éste será mi último nacimiento.
Ven a mí,
somos uno,
te amo.