Lectura dialógica
La poesía de Lyz Sáenz.
Las realidades por las que transita Lyz Sáenz en sus poemas, son un espejo de cómo concibe la vida y el poder de creación. La palabra es un reflejo constante de una cultura que enaltece el valor de la lengua origen. Esa responsabilidad, además, se encarga de transmitirla en español, con el propósito de que podamos comprender de manera más cercana el significado de las letras en la amplitud que permite el lenguaje poético.
Además de lo anterior, la escritora alude a las innegables vinculaciones con la naturaleza, sobre todo, la celebración, el rito y sus complejidades. Algunos de sus versos hacen alusión a las ofrendas que le dan a la tierra como una petición para la abundancia de lluvias. Allí, la presencia de la mujer es necesaria para la ritualidad. Ella, dice la poeta, es la fuerza del agua, y mediante las manifestaciones que realizan, honra la palabra y la tierra, como piedra fundante de sus cosmovisiones.
Dentro de las posibilidades versátiles de la escritura de Lyz Sáenz, también nos abre la puerta a conocer algunas realidades de contraste, pues, así como algunos versos nos introducen a repensar la naturaleza como el poder de creación que nos da vida y nombre, y se asume la ritualidad como una ofrenda a la tierra, también es posible leer la cruda realidad de los suburbios de la urbe, donde la muerte y el olvido trastoca a quienes no han sido escuchados. Estos últimos, serán Los olvidados, quienes vivirán mediante la palabra y el doloroso verso que les nombra entre ecos perdidos.
De esta manera, las palabras de Lyz van tejiendo imágenes de las realidades que subsisten dentro de la cultura chiapaneca; sus poemas permiten un viaje por vías que nos inspiran a volver a nuestras raíces, porque allí ha de estar todo lo que necesitamos.
¡Ay! ¿Dónde hemos dejado nuestra lengua?
¿Qué es lo que hemos hecho?
¡nos hemos perdido!
¿Dónde fuimos engañados?
Era una sola nuestra lengua cuando fuimos a Tulán.
Y era uno sólo nuestro lugar de origen,
nuestro lugar de creación.
Popol Wuj (Versión de Sam Colop)
Ritualidad y literatura
Por Lyz Sáenz
El sol quema las raíces de la milpa dorando sus hojas, a finales de marzo. Hace más de un mes que no cae ninguna gota de lluvia, está a punto de perderse la cosecha…
Entre las espigas del maíz, el rezador destapa las ollas de barro que contienen agua de manantial y desenvuelve el incienso colocándolo en el pomotzika’[1] lleno de brasas. Detrás de la montaña más alta, el sol deja caer sus primeros rayos en la milpa. Una niña de 7 años de edad, es llevada al centro de la siembra. Su madre la despoja de su ropa, le lava las manos, destrenza sus largos cabellos y con una jícara de agua la baña recorriendo su pequeño cuerpo, de la cabeza a la punta de los pies. El rezador pide a la niña que camine 13 veces en círculos de derecha a izquierda jugando con el agua. Los cabellos de la pequeña son hebras de nubes regando el cultivo.
El rezador y la familia de la criatura se hincan, besan la tierra y hablan a las cuatro direcciones del mundo, suplican a los guardianes que sea escuchado el ja’myatkuy[2], que pide la lluvia, el incienso se esparce con el viento llegando entre las copas de los árboles. La niña es la ofrenda que llama el agua y entona un canto suave. Ahora ella tiene el permiso de nombrar el mundo de diferentes formas. Va nombrando a su pueblo y a sí misma. La familia y el rezador la envuelven con flores, vuelven a casa. Esa misma tarde la lluvia riega todas las siembras de la comarca.
En este rito de una comunidad ore’ tzame,[3] la mujer, la niña es la fuerza del agua, fluye la vida de variadas formas a través de ella, por eso se coloca como un ejemplo que da vida a la oralidad de la cultura, en esta misma se manifiestan gestos, y comportamientos que honran la palabra sagrada, el entorno y el universo mismo. En los lugares donde aún se realizan este tipo de prácticas rituales, los participantes adquieren formas significativas de relacionarse con el entorno y para la vida colectiva.
Asimismo, el componente inseparable en el ritual practicado en una comunidad indígena es el lenguaje musical, el rezo se convierte en el medio donde se articulan diferentes sonidos y notas que son el recurso oral más importante, distinta del habla cotidiana. La voz de la persona que funge como guía espiritual se trasforma, toma un curso incomprendido pero que es capaz de mover el interior de los participantes. Ahora bien, ¿Qué escribe o cuenta el poeta, el narrador dentro de lo que se ha llamado “literatura indígena”?
Dentro de los textos publicados en los años 90 por el Centro Estatal de Lengua, Arte y Literatura indígena (CELALI) y se registran producciones literarias derivados de la tradición oral. En diversos escritos se colocó el mundo mágico, mítico y/o religioso para contar las historias colectivas, que enseñan los orígenes del mundo y todo lo que existe, así como también del comportamiento, castigos o beneficios de hacer algo en la vida cotidiana. Coincido con algunos intelectuales indígenas que han mencionado que el aporte de dicha producción es una riqueza cultural.
Parte de la descripción de esa riqueza, es que la ritualidad, es el mundo poético de la oralidad, basada en la repetición de palabras. La música y el ritmo suelen ser monotónicos, que al ser traducidos al castellano pueden parecer simples, no así en el idioma de origen que tiene un gran valor desde lo sagrado.
Hoy en día, el quehacer poético para los ore’ pät, ore’ yomo’[4], es un resultado de una trasformación lingüística que conviven con otras lenguas, interactuando con recursos estéticos provenientes del mundo occidental, que están al alcance, sin embargo, se ha discutido mucho si los influjos de estos recursos están anulando los de la lengua origen cuya simiente es la tradición oral. La disyuntiva es: ¿Enriquece la propuesta literaria indígena? Hay quienes están a favor y otros en contra. En mi opinión, el reto sigue siendo en mantener las raíces culturales teniendo presente la riqueza, posibilidades estéticas por explorar en la lengua origen. Para ciertos casos: que la influencia externa no sea un límite sino una contribución en el quehacer literario indígena.
Ante la diversidad de textos literarios indígenas bilingües a los que se pueden acceder, permiten un acercamiento parcial del contenido puesto que la traducción al castellano tiene dificultades. Un ejemplo es con el poeta zoque Trinidad Kordero, con los versos:
Uyam ntejkpä’u tyumpä mij ijtkuy nwiränhnäkämä
Yajk tzun’ja kyowaram jikä ji tyoyanh’äya’epä’is mij nkämunh
Ja musäpänte ‘yakuajkya’ä wyiränhtam.
No derrames tu soledad con las aguas de tus ojos
Perdona a los que no aman tu sombra
No aprendieron a abrir los ojos.
(fragmento del poema “Sapäjkuy tumä kujykoroya”
de la revista electrónica Marcapiel, febrero 2018)
Las expresiones, tienen giros propios que entrelazan la palabra antigua que nombra la madre tierra, usando como recurso el árbol. Y en español los versos pasan a ser un manifiesto que devela la relación actual entre el humano y la naturaleza, para ello, se vale de aquello que se conoce en occidente como metáfora, haciendo hincapié en mantener la cosmovisión heredada.
En general, los escritores en lenguas indígenas, nos encontramos ante el doble reto de escribir con recursos estilísticos de nuestra lengua materna, primero. Después, su traducción a la lengua de llegada con sus distintas categorías de la traducción, tratando de considerar la unidad conceptual de los versos en ambas versiones.
Ilustraciones
1. Volcán Chichonal de Saúl Kak
2. Mural de Saúl Kak
[1] Recipiente de barro que usualmente se utiliza para quemar inciensos en las ceremonias rituales y se le nombra como incensario.
[2] Una aproximación hace referencia a la gran palabra, gran petición, dicha por el rezador o rezadora, personas que tienen el don de la palabra y el permiso para dirigirse a los guardianes de las montañas.
[3] Refiere al nombre de la lengua zoque, denominado así en castellano y también para referirse al grupo “étnico”, pero en la lengua propia es la “palabra que se habla”.
[4] Hombre de palabra, mujer de palabra, lo que viene siendo hombre y mujer zoque